01 Oct Virobio
Imaginación de mis cuatro años.
Y sí, se murió Virobio, el perro que yo más quería. Además, era el único que tenía. Jugábamos todo el tiempo los cuatro. Claro, éramos cuatro porque no estaba yo solo, sino que también jugaba mi amigo Piquín y otro gran amigo que se llamaba Pocal.
Piquín era rubio, tenía mal carácter, pero lo quería, quizá por ser distinto a mí. Nada de lo que yo decía le parecía bien.
En cambio, Pocal de pelo negro, pero de muy lindas facciones me daba la razón cuando proponía algún juego distinto. Yo tenía un auto grande de color azul y los llevaba a pasear todos los días a eso de las once de la mañana, porque no tenía todo el tiempo para ellos. Creo que se aprovechaban de mí, y de mi auto y de mi perro. Sin embargo, no me molestaba
Pues era lo que llenaba mi vida y me divertía mucho. El paseo no era muy largo, pero a mí me parecía todo un viaje. Entraba con el coche por un portal que a su derecha tenía un árbol de paraíso, él más lindo que vi en mi vida sobre todo en floración. Luego daba una frutita que usaba Piquín para molestarnos a nosotros y al perrito que no protestaba. Pocál le dijo varias veces que eran venenosas y que a mi prima la llevaron al hospital porque se le hincharon los ojos por culpa de la frutita del Paraíso. El portal era una tranquera de algarrobo muy pesada. A veces bajaban ambos para abrirla.
El auto avanzaba silencioso por un camino que no tenía asfalto,si no limpias lajas y pasto entre sus juntas y en la banquina .A la izquierda del camino se erguía la construcción de paredes blancas con un alto zócalo de piedras grises.a nuestra derecha una cerca perfectamente recortada de ligustro de hojas grandes ,pero no era tan alto pues a lo largo del viaje nos permitía ver como un monte de árboles viejos que formaban una ronda como si conversaran entre ellos .Nosotros dentro del sedan azul con los cambios en el volante, también conversábamos .Piquín nos contaba de su padre que era militar y piloteaba los aviones a reacción hacía con su boca los ruidos del acenso y descenso en picada que solo su papá lograba hasta que nos cansábamos de oírlo y le decíamos que ya era demasiado el ruido que escuchábamos de los aviones de verdad por vivir cerca de la aeronáutica .Pocal me quería hacer enojar inventando que estuvo el día de ayer con Cristina, la más bonita de la calle Champaquí. Él sabía que estaba enamorado de esas trencitas de oro y dos ojos color cielo. No le daba con el gusto, porque hacía como que encendía la radio y yo mismo silbaba fuerte las canciones de moda ( marcianita, blanca o negra, en el año sesenta seremos felices los dos. Otra canción que me gustaba era una con mucho ritmo que comenzaba: ya viene el negro Simón, bailando alegre el baión ).
Llegábamos a una curva muy cerrada que no tenía semáforo, pero sí unas grandes flores de madreselva que perfumaban el mediodía. A veces daba un paseo más largo y cruzábamos el zoológico de mi abuela Carmen; había patos gallinas, algunas pininas un enorme gallo colorado y un conejo blanco. Más hacia el sur, debajo del naranjo histórico, un jaulón lleno de zorzales calandrias y cardenales con un penacho increíblemente color de sangre, en otras jaulas estaban los canarios flautas y los comunes cantando alegres como si estuvieran libres.
Virobio no prestaba atención a tantos animales porque le alcanzaba con mi amistad y se entretenía mucho con mis enseñanzas: ahora haga un salto mortal en el aire y lo hacía o doble salto mortal y luego hacerse el muerto y luego caminar en dos patas o con las dos manos solamente y lo hacía muy bien.
Al auto lo entraba con cuidado en su garaje con piso brillante de mosaico y escondía las llaves antes de lavarme las manos para almorzar.
Así pasaba un día y otro Era muy tranquilo y placentero,
Una mañana cualquiera me di cuenta que Piquín no venía; mamá dijo que lo habrían trasladado al militar y que a Pocal ella no lo deja entrar porque no quiere que hablen de novias a esa edad. Que cómo iban a ensanchar la calle, sacaron el paraíso y la tranquera. El montecito de árboles que conversaban fueron arrancados para construir la casa de los
Conti. El auto dijo que lo vendió pues ahora yo iría a estudiar en el taxi de Don Luque, el cuál era un auto de verdad.
El taxi negro y muy alto con estribos antes de las puertas y asientos de cuero enormes, me resultó placentero y me dejaba en el centro de la ciudad lo cuál me parecía otro mundo, como entrar en otra dimensión y otra categoría de adultez. Debe ser por eso que se murió mi perrito Virobio.
Yo lo sepulté en el lugar más importante de mis recuerdos.
Si alguien agarró un puñado de aire o sabe qué forma física tiene el cariño o le sacó una fotografía al tiempo, me podrá decir que no fueron una verdadera amistad y una partecita bella de mi vida, mis amigos imaginarios:
Piquín, Pocal y Virobio.
Jorge Rafael Pereyra Gigena
jorgepereyraygigenasantisteban@gmail.com
Barrio Parque, Capital