04 Oct Tango y Soledad
El tango hacía su voluntá con nosotros
y nos arriaba y nos perdía y nos
ordenaba y nos volvía a encontrar…..
J.L.Borges
(Hombre de la esquina rosada)
El viento sube rugiendo por la avenida. Los árboles se inclinan y vencen aquí y hacia allá. Flamante primavera del 2006. Todavía pueden encontrarse botones de camelias. Una brizna de brisa se cuela en el comedor y se contonea frente al varón del tango que interpreta: Madame Ivonne.
María, sin ser la más lejana, se preparaba para su clase. Estaba cansada de planchar en las milongas, y luego de haber pisoteado reiteradamente a un abogado de lo más buen mozo que sin mediar palabra se retiró a otra mesa, y nunca más la saludó, se había resuelto.
No era poca cosa saber bailar. Sinónimo de algo así como heroína. Se calzó los zapatos de tacón y sujetó el empeine con la tira. Una buena falda, angosta pero que permitiera el movimiento, y simulando abrazar a un compañero, practicó los primeros pasos básicos.
Alvito, su profesor, veterano, calvo (había en su frente tantos inviernos) y con un abdomen en crecimiento permanente, acordó darle clases particulares en su casa. Además le cobraba poco. Harta de asistir al club Español y que le birlaran los doce pesos que pagaba por vez, y solo bailar un tango.¡Eran tantas mujeres¡ Se propuso acelerar el proceso y ahí estaba, disfrazadita para la ocasión y llenando sus oídos con el elixir orillero. Sábado tipo nueve de la noche arribó el maestro. Lo invitó con algo fresco pero no aceptó pues quería comenzar la clase cuanto antes,- hay milonga en el Willie– le dijo- y no quiero llegar muy tarde-.Le corrigió la postura, el codo elegante, -no mires el piso- recordó y salieron con el primer acorde de La Yumba. Le molestaba la panza, (la de él, a la propia ya estaba resignada) y con esto de tanta cercanía se volvía torpe, insegura. Se equivocaba. Él la retaba. Volvían a empezar. Otra vez la posición. Esta vez, Destellos. Ella canturreaba: en mi alma quedaron destellos y en el fervor de la interpretación volvía a errar el paso. Su mirada, la de él, más que elocuente, la obligó a prestar mayor atención.
Una nueva intentona, esta vez una risa nerviosa le iba ganando la partida pero pudo controlarse. Un lápiz, un sandwichito, un molinete, y salía con pié izquierdo en lugar de derecho.
El aliento de Alvito, fumador empedernido, le molestaba y cuando sonó melancólico y resbaladizo: Romántica, un vals de aquellos, aprovechó a servir una tarta casera que acompañaron con un buen malbec, para romper de algún modo el mal momento. Comenzaba a creer que nunca aprendería… Quizás fueron el aceptarlo, o el vino o algunas confidencias, que se yo. Lo cierto es que conversaron, saborearon, bebieron, y brindaron hasta vaciar la botella y recomenzar. Nocturna introdujo su espíritu inquieto y el viento pareció haberse calmado.
La noche estaba linda, la sintió hondamente suya. Naturalmente, se acercó ubicando la postura. Hubiese preferido que él no oliera a Crandall. Entonces su cara coincidió mágicamente con el otro perfil y salió con el pié correcto. Cerró los ojos, sin reírse esta vez y dejó que la sensualidad de la danza se ocupara de hacerla disfrutar. La presión exacta para sostenerla en un ocho, la masculinidad en su cintura, ordenando sin emitir palabra. Aceptar que deslizara su pierna dentro de las propias, y la atrajera a su deseo, inclinándola y venciéndola hacia aquí y hacia allá. Y ella, como adivinándole la intención. Giraba en su eje como si hubiese nacido para la figura. Las respiraciones se hicieron manifiestas, la casa vibraba al compás del dos por cuatro. Danzarín estremecía el cortinado que ondulaba con este ritmo nostalgioso y canyengue. La humedad de su mano pronto se prodigó a todo el cuerpo, hasta confundirse con la de él. Reconcentrados. Ya sin errores. Y sin palabras. Bailaron un total de ocho horas. Así. De un tirón. El ambiente lleno de humo y el tango como señuelo. Las defensas bajas. El alma vulnerable. Y la milonga del Willie Dickson en el recuerdo. Confundidos los alientos. Los cuerpos coincidentes. Sin inviernos, sin edad, eran dos levitando por esa música, que esa música es olvido, y el olvido es ilusión…
Los ojos entornados (los de ella) y entreabriendo los labios húmedos, trémulos.
-¡Uy, mira la hora que se hizo!…- lo escuchó murmurar abochornado. Y con una mueca de hombre vencido le dijo:- es la vida- y no lo vio más.
GOTÁN
Graciela Medina
gracielamedina_99@hotmail.com