Tango y Soledad

Tango y Soledad

 

El tango hacía su voluntá con nosotros

y nos arriaba  y nos perdía y nos                                  

                ordenaba y nos volvía a encontrar…..                                             

                                                                                      J.L.Borges    

(Hombre de la esquina rosada)

          

El viento sube rugiendo por la avenida. Los árboles se inclinan y vencen aquí y hacia allá. Flamante primavera del 2006. Todavía pueden encontrarse botones de camelias.  Una brizna de brisa se cuela en el comedor y se contonea frente al varón del tango que  interpreta: Madame Ivonne.

María, sin ser la más lejana, se preparaba para su clase. Estaba cansada de planchar en las milongas, y luego de  haber pisoteado  reiteradamente  a  un abogado de lo más buen mozo que sin mediar palabra se retiró a otra mesa, y nunca más la saludó, se había resuelto.

No era poca cosa saber bailar.  Sinónimo de algo así como heroína.  Se calzó los zapatos  de tacón y sujetó el empeine con la tira. Una  buena  falda, angosta  pero que  permitiera el movimiento, y  simulando abrazar  a un compañero, practicó los primeros pasos básicos.

Alvito,  su  profesor,  veterano,   calvo (había  en  su  frente    tantos    inviernos)     y     con     un     abdomen    en    crecimiento    permanente,   acordó  darle  clases particulares en su casa.  Además   le   cobraba   poco. Harta    de  asistir al club   Español  y  que le  birlaran  los doce  pesos que  pagaba      por        vez,     y      solo    bailar    un    tango.¡Eran      tantas   mujeres¡  Se   propuso  acelerar  el   proceso y   ahí estaba, disfrazadita  para   la ocasión y llenando sus oídos con  el elixir orillero. Sábado  tipo  nueve de la noche arribó el maestro.  Lo invitó con algo fresco  pero  no  aceptó  pues  quería  comenzar  la   clase  cuanto  antes,- hay  milonga en el Willie– le dijo- y  no  quiero llegar muy tarde-.Le    corrigió  la    postura, el   codo  elegante, -no mires el piso-   recordó   y    salieron   con   el primer acorde de La Yumba.  Le molestaba la panza, (la  de  él, a la propia ya estaba resignada)    y  con  esto   de  tanta  cercanía  se    volvía    torpe,  insegura.   Se   equivocaba. Él la   retaba.      Volvían  a   empezar. Otra   vez   la    posición.    Esta    vez,   Destellos.  Ella   canturreaba:   en    mi   alma   quedaron   destellos  y   en   el fervor de la interpretación volvía   a    errar    el    paso. Su    mirada, la    de   él, más  que  elocuente,  la  obligó  a   prestar   mayor   atención.

Una  nueva  intentona,   esta   vez   una   risa  nerviosa   le    iba  ganando   la   partida   pero   pudo   controlarse.   Un  lápiz,   un  sandwichito,   un   molinete,  y   salía   con  pié    izquierdo  en    lugar   de    derecho.

El     aliento     de   Alvito,    fumador   empedernido,     le   molestaba    y    cuando    sonó    melancólico     y  resbaladizo:  Romántica,  un  vals   de   aquellos, aprovechó  a   servir   una  tarta casera  que  acompañaron  con   un   buen  malbec,   para   romper   de    algún   modo  el   mal    momento.   Comenzaba   a    creer   que  nunca   aprendería… Quizás   fueron   el   aceptarlo, o   el   vino   o  algunas confidencias, que  se  yo. Lo  cierto  es    que   conversaron, saborearon, bebieron, y  brindaron hasta vaciar la   botella  y   recomenzar. Nocturna  introdujo   su   espíritu   inquieto  y   el  viento pareció haberse calmado.

La noche estaba linda, la sintió   hondamente   suya.   Naturalmente,   se acercó ubicando la postura. Hubiese preferido que él no oliera  a   Crandall. Entonces  su  cara     coincidió  mágicamente con   el otro perfil y  salió  con  el  pié correcto.  Cerró los ojos, sin reírse esta vez y dejó que la sensualidad de la danza se ocupara de hacerla disfrutar. La    presión   exacta    para   sostenerla   en  un    ocho,  la  masculinidad   en   su  cintura, ordenando   sin  emitir palabra.  Aceptar  que  deslizara  su   pierna   dentro de las propias,  y    la  atrajera    a   su deseo, inclinándola   y   venciéndola   hacia aquí  y hacia  allá.  Y   ella,   como adivinándole la intención. Giraba  en  su eje  como  si  hubiese  nacido   para    la   figura.  Las   respiraciones se hicieron manifiestas, la  casa  vibraba   al  compás del  dos por cuatro. Danzarín    estremecía    el   cortinado   que   ondulaba     con   este ritmo nostalgioso y canyengue.   La  humedad de su mano pronto se prodigó a     todo    el   cuerpo,  hasta    confundirse   con   la   de   él. Reconcentrados. Ya sin errores. Y sin palabras. Bailaron  un  total  de  ocho  horas. Así.  De  un tirón. El ambiente  lleno  de   humo y   el  tango  como  señuelo. Las   defensas bajas. El alma     vulnerable. Y   la milonga  del Willie  Dickson  en   el   recuerdo.  Confundidos   los    alientos. Los   cuerpos coincidentes. Sin   inviernos,  sin  edad, eran  dos   levitando  por esa música, que   esa   música  es  olvido, y  el olvido es ilusión…

Los   ojos   entornados (los de ella) y   entreabriendo los labios húmedos, trémulos.

-¡Uy, mira la hora que se hizo!…- lo escuchó murmurar abochornado. Y con una mueca de hombre vencido le dijo:- es la vida- y no lo vio  más.

                                                                                  GOTÁN

 

Graciela Medina

gracielamedina_99@hotmail.com