04 Oct Primer Contacto
¿Les ocurre que a través del tiempo recuerdan con especial interés los eventos de un año determinado?
Para mí ese es mil novecientos setenta y cuatro, en que junto con rendir la PAA, pude vivir la emoción de despedirme de mi colegio y entregar ese sentimiento en el Teatro Municipal de la ciudad, en compañía de docentes, compañeros, funcionarios y apoderados, del Instituto Comercial de San Fernando.
Intenté que mis palabras representaran en alguna forma el pensamiento de quienes –al igual que yo– se alejaban del colegio que los acogió siendo niños, para egresar ya adolescentes a enfrentar un inquietante y muy cercano futuro.
-espero haberlo logrado-
De lunes a viernes, compartía mi tiempo entre la escuela por las mañanas, y una oficina por las tardes, donde realizaba algunas horas de práctica, para obtener un título como ayudante de contador.
Hogar de severas costumbres era el mío, con una madre exigente y de verbo escueto que soñaba a través de la música de Chopin -que nadie sabía cómo pudo conocer en su modesta infancia rural-, e imaginaba suaves y brillantes vestidos que se deslizaban, en salones con lámparas de lágrimas, e innumerables espejos y jarrones con flores, como alguna vez ella vio en “Sissy Emperatriz” o “Sissy y su destino”
… “RCA Víctor”, señalaba el pequeño aparato de radio, en su extremo inferior … preciada posesión familiar, que en las mañanas permitía emocionarse con “Las confidencias de un espejo” en Radio Portales, y al almuerzo reunía a todos y nos hacía reír con “Hogar, dulce hogar”
Mi padre y hermanas pequeñas se acostaban temprano, y entonces mi madre disponía del dial, para los ansiados tangos con Alodia Corral, o algún programa de música clásica.
Era el momento del día en que (madre e hija) permanecíamos comunicadas muy estrechamente, en el silencio y los sueños, imaginando la suave presión en las teclas del piano, o una brisa acariciante que se deslizaba furtiva entre las cuerdas del chelo o el violín.
Mi madre cosía o remendaba (o simplemente cerraba los ojos), y yo aprovechaba esas horas para hacer tareas y estudiar.
También (ese año mil novecientos setenta y cuatro), fue la oportunidad en que junto a los compañeros de curso, asistí por primera vez a una “discoteque” en el día de nuestra licenciatura, con la autorización algo reticente de mi madre y toda la ilusión de mi parte.
– Emociones, sentimientos desconocidos y plenos, que inundaron mi sencilla vida provinciana, en forma repetida ese año –
–Como un día lunes, en que a las seis de la mañana, salí de mi casa para acudir a una cita importante y decisiva–.
La postulación a las carreras del grupo de Ciencias Sociales en la Universidad Católica de Santiago, se realizaba sólo para ingresar al área – (a través del sistema nacional)-, y en una segunda etapa se elegía la carrera específica, en forma presencial, en un llamado especial de la universidad.
Por tanto, en la casa central ese día, estaban citados todos los alumnos que postularían a periodismo, derecho, psicología, servicio social, sociología y otras varias humanistas, según el puntaje obtenido en la PAA.
El primer grupo de los 100 puntajes más altos –el que me incluía con mis ochocientos seis puntos ponderados– debía ingresar al salón a las ocho horas en punto.
Correr entre el bus interprovincial, el taxi, y el ingreso a la casa universitaria no me sirvió, realmente.
Llegué a las ocho con cinco minutos, a una puerta cerrada, con un guardia en ella, que me impidió la entrada.
…. El sueño de ser psicóloga corría junto a las lágrimas, por mi cara …
Es el momento vivido con mayor angustia, que puedo recordar.
No respiraba, no oía, y con dificultad me mantenía de pie.
Barajaba la posibilidad de ingresar con el segundo grupo de alumnos (una hora después) pero también tenía claro que en ese momento del proceso, los cincuenta y cinco cupos para Psicología ya estarían cubiertos -(lo cual así ocurrió)-.
Incluso la normativa consideraba la posibilidad de entrar a cualquier carrera del área en caso de no quedar en la que habíamos elegido, pero mi segunda y única opción de interés era Pedagogía en castellano, que al no corresponder al grupo de Ciencias Sociales, dejaba nula la opción-.
(En definitiva, mi futuro académico, al papelero…)
Sentí entonces la mano firme del guardia en mi brazo, y luego el impulso con que él me introdujo en la sala. Entre lágrimas pude distinguir que ésta era enorme y tenía unos gigantescos papelógrafos al fondo, con el nombre de cada carrera y la cantidad de cupos que restaba en ella.
¿Patricia Vásquez, no se encuentra?, …se alzó una voz… –reaccioné al micrófono–
…Creo realmente que ese fue el instante de mi vida en que –obligada- perdí el pudor y la vergüenza. Caminé rápidamente hacia una tarima central, gritando muy fuerte -“presente”, y obviando que desconocía las instrucciones ya explicadas al resto de los alumnos y tampoco tenía la ficha que ellos habían llenado.
¡Había un cupo que defender, y nadie me detendría!
La facultad de psicología estaba situada en el Campus Oriente de la universidad, y ahí fueron mis clases posteriormente, pero ese día increíble -de algún modo- tuve mi primera e inolvidable experiencia en un aula universitaria.-
(absolutamente verídico)
Patricia Angélica Vásquez Aliaga
68 años
Comuna de San Fernando, Colchagua. CHILE