Mi Último Día de Reyes

Mi Último Día de Reyes

 

Esta mañana, al despertarme, vi sentada al lado de mi cama, a una niña pequeña, de ojos llorosos y gesto de disgusto en la cara. Sostenía entre sus manos, un paquete envuelto en papel arrugado y algo humedecido por las lágrimas.

Cerré mis ojos, pero al abrirlos, seguía allí. La observé atentamente. Y de pronto, ¡me reconocí en ella! ¡Volvieron recuerdos adormecidos y una suave fragancia se esparció por el cuarto! Mi niñez de nuevo al alcance de mi mano.

Allá, por 1960, no conocíamos la televisión. Recién llegaba al país y eran contados los hogares donde había una. A pocas cuadras de casa, en un negocio de imprenta, librería y juguetería, pusieron una en la vidriera. Todas las tardes, la encendían para regocijo de los chicos que vivíamos en la zona. Iba acompañada de mis primos, porque mi hermana, cinco años mayor , ya era una señorita que cursaba la secundaria. Y mi hermano, tres años menor, recién incursionaba en la primaria.

Fue allí donde descubrí el regalo que pediría a los Reyes: un hermoso juego de dormitorio, de madera celeste con pequeñas rositas rojas, para mi muñeca preferida. Tal vez mamá me ayudaría a confeccionar las sábanas y mi abuela a tejer las frazadas. No había en mi vida, otro tema de conversación que ese juego de dormitorio. En ese momento, para mí, sólo digno de una princesa.

En una hoja blanca, tratando de hacer una letra impecable y pareja, y con mucha prolijidad, escribí mi carta. Cuidé cada detalle. Los días que siguieron, se hicieron eternos. El 5 de enero, vísperas de Reyes, decidimos con mis primos, ir un rato a ver televisión.

Cuando llegamos, con asombro comprobé, que ya no estaba mi juego tan deseado. Ahora pienso, que la Minga, como nosotros la llamábamos, se percató de ello y, a lo mejor, sólo fue por eso, que se acercó a mi lado, y casi en secreto me dijo:

“No te preocupes. Tu regalo está envuelto y guardado. Esta mañana, tu mami y tu tía vinieron a comprarlo”.

Esas palabras destruyeron mi ilusión. Se perdió para siempre la magia. Crecí de golpe.

Por eso tal vez, hoy viniste a visitarme. Déjame que seque tus lágrimas… Abramos juntas ese paquete. Necesito pensar que te trajeron Los Reyes Magos para que disfrutemos juntas y olvides el llanto de ayer.

Amalia del Valle Testagrosa

amaliadelvalletestagrosa@gmail.com

Córdoba Capital