01 Oct La Fogata de San Juan
La fogata de San Juan
Cuando uno descubre que un hecho cualquiera es el resultado del a veces complejo y circunstancial entrelazamiento de sucesos previos, cual si fuera un hallazgo filosófico, sintetiza el pensamiento con la vulgar expresión:
¡¡es increíble, todo tiene que ver con todo!! Sin embargo, no por vulgar este dicho deja de ser cierto.
Cuando llevábamos más o menos cinco años de residir en Providencia se trasladaron al barrio los Curti, quienes alquilaron una casa en frente a la nuestra. Ellos eran Don Orlando y Doña Inés, más cuatro hijos. Mercedes era la mayor; le seguían Héctor, Lalo y Hugo. Los seis eran (por decirlo de algún modo) uno más bello que el otro. Don Orlando era un hombre esbelto, de un metro ochenta aproximadamente, cabello cano que no lo envejecía y un rostro con notable parecido al por entonces famoso actor Randolph Scott. Doña Inés no se parecía a ninguna actriz, pero era muy linda y elegante mujer. Mercedes, Héctor y Lalo habían heredado los mejores rasgos de su padre y cada uno con lo suyo eran singularmente bellos. Hugo, por su parte, se parecía notablemente a su madre. En conjunto, esta familia se nos ocurrió siempre como un reparto de actores.
Don Orlando, por supuesto, no había trabajado en película alguna. Sin embargo, estaba relacionado con el cine, pues trabajaba como último eslabón en la cadena de distribución de la Compañía Cinematográfica Cordobesa. Repartía en su viejo camión Rugby modelo 1928 los legendarios rollos en cajas con filmes, apilados y envueltos en gastadas bolsas tubulares de lona gris. Todas iban a parar a las salas céntricas y barriales en las que luego nos deleitábamos con romances y aventuras a granel.
También, por eso de que “todo tiene que ver con todo”, don Orlando solía amenizar las fiestas de cumpleaños de sus hijos pasándonos uno que otro western o dibujos animados en súper ocho, pudiendo ver de paso en primer plano, la genial y compleja maquinaria de proyección. Creo que con estas vivencias puedo disputarle a Daniel Salsano un acercamiento al séptimo arte anterior a él, por cuanto en mi terrosa calle Dumesnil al setecientos el viento podía jugar despeinando flequillos, empujando mariposas, papeles y fotogramas de recortes de filmes que nos llenaban las pupilas de asombro.
A todo esto, se preguntarán ustedes qué tiene que ver la familia Curti con las fogatas. Es que cada año, cuando llegaba la conmemoración de San Juan, era tradicional juntar yuyos (abundantes en las márgenes del Suquía) y armar un gran fogón con un muñeco de trapo sobresaliendo en su centro, para luego, llegada la hora, encenderlo ni bien caía la noche. Era entonces cuando intervenía Don Orlando: nos proveía de descartes de películas viejas de celuloide que tenían la propiedad de arder como un poderoso combustible, con las que rociábamos la enorme parva.
Cuando la quema virulenta de las imágenes de Hollywood en medio de luminosas y coloridas llamaradas se apagaba convirtiendo todo en brasas y cenizas hacíamos una ronda alrededor de las ruinas, mientras se asaban las batatas que tirábamos sobre ellas.
La última cuadra de mi calle corta tenía una elevación hacia el final y este pagano rito suburbano se llevaba a cabo precisamente allí. El borde era también un mirador natural desde donde podían observarse varios barrios como Alto Alberdi, Villa Páez y Altos de San Martín, que al encender ellos sus propios fuegos casi simultáneamente daban a Córdoba el aspecto de ciudad sitiada. Asumámonos entonces vulgares y exclamemos: ¡¡¡es verdad, todo tiene que ver con todo!!!, porque con la barra de Dumesnil, gracias a Don Orlando, ese gran actor sin Hollywood, armábamos fogatas de San Juan que eran… “de película”.
Benito Bernardo Ferrero
bernardoferrero47@hotmail.com
Residencial Vélez Sarsfield, Córdoba