Desde el Balcón

Desde el Balcón

 

     El rectángulo libre que ofrece las rejas de mi balcón, me permite mirar, como si fuese la primera vez, parte de la ciudad que continúa viva. Son las siete de la tarde y todavía el recuadrado cielo azul, muestra los últimos rayos de un sol pálido y agrisado por los meses de sequía y el humo de ingenios y pastizales. Y escasamente, perfilan las ahora difusas montañas del oeste.

       El horizonte que apenas atisbo, se mezcla con los cables, a lo largo de la amplia avenida. Se agrega, el trapezoidal dibujo del puente ferroviario que la cruza, reduciéndolo aún más. Todo se cubre, de un tránsito cansino que me sugiere la sensación, que se desliza sobre mi angustia convertida en una alfombra. Desde mi lugar, ausente de voces humanas, transito el tiempo de la espera, mientras intento adivinar, en un juego crudo y piadoso, las vidas de quienes conducen los coches y los colectivos que pasan indiferente.

     Bebo un sorbo del café de mi taza aún caliente, e inicio mi viaje imaginario: un coche oscuro se acerca y alcanzo a ver una pareja sentada adelante y alguien detrás. Rostros con barbijos que cubren la vida de todos. Me imagino que él es fuerte y amable y ella es una de esas mujeres que lucen siempre bien, luchan por la vida de frente y que juntos, construyeron un hogar y llevan a su hijo detrás, luego de una necesaria salida. 

    Una joven pareja transita en una moto, con rostros cubiertos y grandes anteojos; ella aprieta con fuerza su cintura y él, maneja atento y veloz, quizás, hacia una promesa de encuentro largamente postergado. Irrumpe con fuerza el colectivo con escasos pasajeros, apenas encendido el verde del semáforo, apremiado por llegar a donde el apuro ha desaparecido y el tiempo camina despacio. Los chirridos de frenos de un coche por una camioneta que se adelanta conducida por un joven, que no lleva barbijo y lanza con desenfreno, desafiando normas, molesta, el pausado andar de los coches, que resignados, le dan paso. 

     Regreso de mi viaje y recorro con la vista el resto del balcón. Aún no regué las macetas, de pequeñas y mustias plantas que sobrevivieron al invierno y a la sequía. Pero no sobrevivieron la mayoría de mis proyectos para un año 2020 que se quebró, se murió en marzo y nos hundió en vaivenes emocionales, que, cual barco en medio del mar, busqué equilibrar muchas veces, sin conseguirlo.    La luz del sol se ha ido y me encuentro en la penumbra de un reciente anochecer. Cierro los ojos con fuerza, como si así pudiera lograr que desapareciera todo. 

    Después los abro y repaso mentalmente lo que aún queda por hacer antes de que termine el día; acomodar los cajones de la ropa que planché, organizar el álbum de fotos –que tanto me gusta– quitar del freezer el trozo de pollo que cocinaré mañana y reanudar la lista de cosas que haré el día siguiente y así, cada día, todos los días, construyendo este presente, que sostiene la esperanza e intenta vencer la incertidumbre. 

    Nuevamente llevo la taza de café a los labios, pero desisto. Está fría.

María Teresa Lara

San Miguel de Tucumán