Autorretrato

Autorretrato

 

Me preguntas qué prefiero de mí. No creo que te interesen los aspectos físicos. Considero este envase que llevo, mi cuerpo, un promedio. Estatura promedio, peso promedio, rostro promedio, en fin… Me interesa que conozcas el contenido, no el continente. De mi interior prefiero cuestionar mi ser, el sujeto que soy y esa máscara llamada “persona”. 

De mi ser prefiero considerarme navegando en un círculo cuyo principio y fin es el nacer y morir y, en el recorrido, encontrar el sentido de la existencia misma. Mi deseo está en la búsqueda y no en el resultado, ya que hallar ese sentido significaría la extinción del deseo —motor de búsqueda—es decir, la muerte. No la muerte física, única certeza de la existencia, sino aquella donde solo queda la nada, aun en vida. De mi ser prefiero el deseo por saber cómo será el día siguiente al de hoy, y el siguiente al siguiente, en un futuro que no existe y que se construye en el día a día.

De mí, como sujeto, me siento encadenado (por eso “sujeto”) a una realidad que es propia y es mi verdad. También sujeto a la “otra realidad”, la del otro (también ser y sujeto) que piensa de otra manera porque posee su verdad. Entonces, cuando las dos realidades, la del otro y la propia, tocan su halo, expansión del sujeto, cuando siento que la realidad “del otro” me invade, me impone su verdad, no hablo, prefiero apartarme, salir de un lugar donde chocan las verdades: políticas, religiosas, sociales… las que sean. Y no es que yo trate de convencer con mi verdad que, en definitiva, es una perspectiva, un punto de vista. No es mi interés convencer a nadie ni que nadie me convenza a mí. Demás está decir que, si la verdad del otro —u otros—, se disfraza de autoritaria, me repliego, huyo, no dialogo. Cada sujeto está preso de sus propias cadenas.

Como persona, prefiero ser, digamos, flexible. Persona-padre, persona-hijo, persona-amigo, persona-social. Me obligo a decir que las dos últimas no me interesan como imposición, por eso mismo, no tengo amigos y mi vida social es escasa, casi nula. Prefiero encerrarme en mi persona (ser y sujeto) porque quiero encontrar mi sí mismo y dejo que cada cual encuentre el propio, si es que lo busca. 

En el micromundo que para mí es la realidad inmediata, mi verdad sostenida y mi futuro de lo cotidiano, prefiero tanto el día como la noche si ambos vienen acompañados de silencios externos y diálogos interiores. El resto, en el día a día, lo normal: mirarse al espejo al levantarme y observarme como un sobreviviente del transcurrir. Respirar, comer, beber, escuchar música y leer, nada que merezca ser digno de ser contado en una biografía. Ah, por cierto, no veo el amanecer y detesto el crepúsculo, ¿será una metáfora del nacer y morir?

“Soy (era) su padre. Desde niño mi hijo era retraído, tímido, que, en lugar de hacer los juegos como los demás niños, prefería aislarse en algún rincón de la casa, leyendo. Me preocupaba esa forma de su ser, no lo entendía. Lo obligaba a salir a jugar, a encontrarse con amigos y él lo hacía, a veces, forzado y me daba cuenta de que su lugar en el mundo no era el que quería para él. Por eso chocábamos toda vez que trataba de imponerle una realidad donde no era feliz. Sí, fui autoritario al imponerle mi verdad y, entonces, la relación se tornaba violenta. En su adolescencia la tensión aumentó cuando trataba de hacerme ver que él no sería como yo quisiera. Me repetía: “Dejá de pretender que me parezca a vos; dejame que me encuentre a mí mismo”. Tenía claro que su forma de ser le acarrearía problemas en su futuro, y así fue. Ahora, que estoy en otro plano dimensional, observo que no me equivoqué, debió hacerme caso. Lo veo tan solitario, retraído y tímido como cuando niño. Me pregunto: ¿se habrá encontrado a sí mismo? Sólo él lo sabe”.

“Como vecina, él es una persona que me cae mal, en realidad, ni bien ni mal. Apenas saluda, no habla ni siquiera de las cosas que son comunes entre vecinos: del frío o calor del día, del costo de la vida, de la política y eso, lo normal. Lleva una vida solitaria. Solo lo veo cuando sale a hacer las compras y poco más. No he visto que lo visiten amigos, ni siquiera los hijos. Lo veo como un ermitaño urbano. No puedo decir que sea mal vecino, en todo caso”.

“No nos conocemos. Nos hemos cruzado algunas veces en el almacén del barrio y, en esas ocasiones, se limitaba a realizar su pedido sin entrar en el diálogo típico de ese lugar, entre amas de casa y alguna que otra presencia circunstancial, como la mía. Solo una vez, recuerdo, ante una común conversación entre clientes  sobre política y lo mal que está el país, dijo, ante la mirada de los que estábamos en el lugar: “No entiendo por qué se hacen problemas cuyas soluciones no dependen de nosotros”. Se fue en silencio. Los presentes nos miramos y yo solo atiné a decir que era un desconocido muerto en vida”

¿Seré así?

 

Hugo Ricardo Ocaña

hrocanag@hotmail.com