01 Oct Travesía
Quizás sólo fueron decisiones mal tomadas o tal vez la fatalidad que por entonces me rondaba lo que cinceló mi alma e hizo de mí la persona lo que soy. Percibo que entre aciertos y derrotas se me está yendo la vida. Sólo sé que estoy cansada. Me autodefino como una escapista. Ignoro la razón, pero siempre quise irme, de todos lados, de toda la gente, de todas las cosas. Cuando comprobaba -o probablemente suponía- que no encajaba en un ambiente equis como esperaba, es decir que sobraba en ese espacio que me estaba resultando agradable, buscaba sin mucha vuelta – o nada de paciencia- la ” salida de emergencia”. Así contaba mi madre a sus amigas y vecinas, mis comienzos de alma errante, forastera siempre, cuando a los cuatro años preparaba mi equipaje, un bolso de ropa y rumbeaba hacia las vías del tren, a escasos metros de casa. Cuando me preguntaban a dónde iba, la respuesta siempre era la misma: me voy a conocer el mundo… Así seguí intentando y a veces logrando escapar de muchas situaciones poco simpáticas. Una de las maneras y que felizmente no he perdido, era zambullirme de cabeza y el alma toda, en los libros durante la adolescencia. Algo que agradezco, es ese amor incondicional por la lectura que me inculcó mi madre; sin él, tal vez no hubiese sobrevivido a diversas vicisitudes, más adelante en el tiempo. Amo viajar, conocer gente, lugares exóticos, nuevos paisajes, experimentar con otras costumbres, si bien me gusta el bullicio urbano, digamos la energía en movimiento en sí, prefiero andar sin rumbo por la orilla del mar en un diálogo interno con esa otra mujer que espía furtivamente a través de mis ojos el afuera sin decidirse a salir, algo recurrente en mí cada vez que veo amenazado mi mundo interior. La vida en mi caso ha sido una travesía interminable que me ha llevado con los años de aquí para allá, a veces acompañada y la mayoría de las veces sola con mi propia alma. El lugar de trabajo, -hubo muchos-, fue también el nido anfitrión donde agrandaba la “familia”, con una gran cantidad personas que sentí y quise como a hermanos, hijos y abuelas, esa familia que elegimos cuando los afectos están lejos o quizás cuando sucede que los sentimos lejanos aunque estén cerca. Llevaba y llevo puesto un cuerpo que supo dar vida y también perderla, un alma poeta y una mente abierta. Ocurre que a veces el espejo me devuelve una imagen que desconozco. ¿Seré yo esa mujer que me mira desde el espejo? Entonces sonrío esa otra asomada, en la orilla de esa mirada cansada por la larga travesía que la regresa, y a mí con ella al principio, a la curiosidad de la niñez, a los temores de antaño, a la necesidad de un regazo materno y a la fantasía de un cuento antes de dormir, cuando las noches se alargan y la soledad lastima. Cuando amenazan las sombras con llevarnos con ellas, diviso como entre niebla, el cartel de llegada, como lo fue durante los días de pandemia y las tenazas del temor decapitaban los sueños, las metas y deseos más sencillos como era tomar unos mates entre amigos, dar besos de bienvenida y abrazos de despedida. He sobrevivido ante tanta muerte y debo agradecerlo, honrar la vida y seguir en esta maravillosa travesía por un mundo lleno de colores, aromas y sabores degustando hasta el final lo que pueda, para después volver a ser irremediablemente polvo, viento, sueño profundo y recuerdo.
Liliana Maddalena
limaddalena@gmail.com
Entre Ríos