Engañada

Engañada

 

Mi infancia tuvo misterios de hadas,  escapadas en  las siestas hasta un recodo del río donde había  yacarés, iguanas,  en el cielo vi dibujados caballos salvajes con las crines sueltas al viento. En mi niñez  conocí  extranjeros escapados de la  guerra, recuerdo  un alemán,  a quien yo le tenía terror, lucía una barba larga y sucia, ojos azules, mirada triste, armado con un palo de escoba juraba matar a todos los alemanes aliados y enemigos. Otra la  señorita  Zhirilla (rusa), usaba trajes de pollera y saco en la cabeza un sombrerito con un  pequeño buqué de flores , tenía una mascota  la que siempre cargaba sobre su hombro, otro “don ermitaño“. Así lo apodaron por su condición de eremita solo hablaba con los teros que tenía en el corral.

Me gustó mucho la escuela. Aprendía rápido. Algunas maestras me aconsejaban: “estudia, tienes condiciones”. Soñaba ser bioquímica. Cuando pasé a sexto grado, mi maestra le pidió a mi madre  llevarme con ella hasta que termine el año escolar, cuidará al niño y ayudará en la casa,  yo le haré rendir libre el sexto grado afirmó, pero fue todo mentiras cierta vez le recordé señora usted me prometió si pero no te portaste bien, robastes chocolate que mi madre  mandó para el niño. No te mereces terminar la escuela primaria. (Tenía doce años). Lloré mucho, pero no me rendí. Mi madre había arreglado con mi hermana un trabajo de niñera en la ciudad, pero antes que comenzara el ciclo lectivo conseguí trabajo en una farmacia arreglé para que la farmacéutica le pague el sueldo  a mi madre, ella no quería que estudie, accedió. Pasé de grado con notas muy altas. Mi hermana me llevó  a  trabajar a la ciudad, fui contenta pensando que iban a respetar el trato que era: “poca paga“, a cambio de  estudiar. Trabajaba desde las 6 y 30 am hasta las 11y 30 de la noche, un día pregunté: señora  cuando voy a empezar a  estudiar? a  estudiar ?me contestó con sorna,servir es un trabajo honorable, me respondió, tomé mis bártulos a partir de ese momento comencé a deambular siempre con la idea de trabajar por estudio; estaba trabajando en una casa cuando  intentaron secuestrar a  la hija de los dueños  me asusté me puse a llorar ,  me echaron a la calle, fui a dormir a la estación detrás  de mí llegó la policía y me arrestaron por vagancia, llamaron a mi hermana, firmo y no la vi más. Tenía 14 años.

La calle es humillante, la gente te mira mal, desconfía. Piensan que vas a robarle. Otros, opinan mal, dicen: ”le gusta”. No es así. Llega la hora de comer, comienzan los olores a comida y tu estómago está vacío esperando como los perros vagabundos que alguien tire algo en la basura. Es muy feo que la noche te encuentre sin casa, sabes que ni siquiera puedes dormir en los portales ni en las  veredas de la gente, porque si te descubren te echan de la peor manera como si fuera un delito. No tener nada más que el cielo como único refugio. Las iglesias se llenan de gente hablando de amor, y cuando te descubren durmiendo en la sombra de su tapial llaman a la policía para que te corran y si es posible que te lleven presa. Sin documentos y sin referencias laborales nadie te da trabajo así que hacía tareas menores, changas, limpiaba altillos pero luego me querían pagar con muebles viejos. ¡Qué controversia! ¡No tenía donde vivir! La gente es mala por eso prefiero los animales por ellos hoy soy proteccionista. Dos años anduve sin rumbo, un día fui  casa por casa buscando trabajo, impresentable exhausta, hambrienta. Llegué a un descampado que  estaba cruzado por las vías del ferrocarril; me senté sobre una piedra, a pensar qué hacer con mi vida.  Hice un pequeño balance: habían pasado dos años viviendo en la calle. Tenía 16 para 17. ¿Qué hago ahora? No tenía ni una moneda, abandonada  a mi suerte, completamente sola en el mundo hasta el todopoderoso había soltado mi mano, me quedaba una única solución que tomé con alegría; puse mi mantita de almohada sobre las vías del tren y me acosté a dormir rogando que el tren pasara enseguida y me triturara así nadie podía reconocerme. Un joven descubrió  mi intención. “¿Estás loca? ¿Qué es lo que estás por hacer acaso te quieres suicidar ?” Le conté  mi historia, me dijo mira yo creo que tengo la solución y es “tía María “, allí vas a resolver tus problemas y estudiar, ni lo sueñes, pero  en ese lugar terminan tus problemas estoy seguro, era joven, 38 años supongo,  rubio de cabellos enrulados pegados al cuero cabelludo bien vestido, usaba lentes a la manera de Jon Lennon, y andaba en una estanciera verde igual a la de mis primeros patrones. Le dije: “Muchas gracias. Yo lo voy a resolver.” “¡Claro, matándote!, me dijo. ”Ni loco te dejo.” “Vamos, tía  María  nos recibirá con alegría.” Ya no tenía voluntad, ni fuerzas. Estaba famélica, sedienta. “Me dejé llevar.” Me pidió que me sentara a su lado. A poco de andar la camioneta, de los asientos traseros salieron dos tipos que estaban escondidos. Eran dos vándalos. Preguntaron: “¿Te querías suicidar? No te preocupes ahora te vamos a matar nosotros, Así, ¿ves? Y me apoyó una pistola en la sien. No me importaba nada. Quería dormir. Solo   quería morir. El que manejaba con una sonrisa sarcástica dijo: “La ‘Tía María’ es una estancia que me dejó mi tía cuando murió, allí tengo una jauría de perros salvajes. Todas las tardes salimos a buscar animalitos vivos y de las ventanas miramos como los perros los descuartizan  y los comen. ¡Nunca habíamos tenido tanta suerte de conseguir un ser humano vivo!” Comenzaron a festejar por anticipado lo harían conmigo en  el momento en que el de anteojos  empezaba a maldecir y a pedir orden. “¡Maldición, está la policía caminera!, gritó. Dirigiéndose a mí, me preguntó:” ¿Tenés documentos?” Le respondí que no. “Pásate al lado mío y no respondas nada, si la policía te pregunta algo le contestas que  eres la sirvienta de tía  María”. El rubio ordenó: “Bájate con ella y espéranos aquí.” “¿Yo, no?” Discutían. Abrí la puerta de la estanciera en marcha y me tiré a la banquina. Ninguno de ellos miró hacía mí. Llegué a una laguna, tomé  agua, me lavé las rodillas. La noche estaba llegando. Pegado a la laguna había un cañaveral, salí del agua para tratar de entrar en él para refugiarme y pasar la noche allí. Lucharía por mi vida. Jamás moriría de esa manera. Al otro día, aceptaría la ayuda que me ofreció un policía. Las cañas entrelazadas no permitían el paso de una persona, pero había un camino en el medio del matorral en el que apenas podía caber yo, con cuarenta y tres kilos que pesaba. Los malditos regresaron más tarde. Traían  reflectores. Me llamaban a los gritos, parodiaban a la policía. Por un instante, me engañaron. Casi salgo de mi escondite pero un espíritu de la alerta me avisó que era una treta. Me puse en guardia. Se reían. Me latía  con violencia el corazón. Pensé que el retumbo de sus latidos iba a delatar mi posición. En un  momento, la luz del reflector me dio de lleno en la cara  me desmayé. Cuando recuperé los sentidos había perdido la ubicación temporo-espacial. Quedé un largo rato escuchando el ruido del motor de algún vehículo que pasaba por la ruta. Mi loco corazón comenzó nuevamente a galopar, pero esta vez de felicidad al darme cuenta de que seguia en el cañaveral. Finalmente, la mañana había llegado. Pedí ayuda. Me dieron leche, pan y unas cuantas monedas.

Tuve ganas de ser pájaro y volar, elevé mis  brazos al cielo me arrodillé besé a la madre tierra. Grité: ¡Ya no volverá a pasar, son cosas del pasado!

 

Carmen Vásquez

vasquezcarmen46@gmail.com

Santo Tomé, Santa Fe