El Viaje

El Viaje

 

El vuelo despegó a las 11 hs (a.m) desde el aeropuerto de Niza. 

La mañana estaba húmeda y, el gris del cielo presagiaba lluvia. 

Me siento algo incomoda, desconocer el idioma del país donde vas, te genera este estado de nerviosismo. Además iba a conocer parte de la familia de mi esposo, su terruño, la casa donde él y sus hermanos nacieron y sobrinos que no llegó a conocer.

  Sentada en el avión, del lado de la ventanilla, me siento relajada. Mi destino, el aeropuerto Marco Polo, Venecia.

Cuarenta y cinco minutos durará el vuelo, una tupida llovizna no me permite ver desde arriba una panorámica de la isla.

 Desciendo rápido, junto al pasaje y me dirijo hacia el hall, en medio de tantas pancartas, no veo mi nombre en ninguna de ellas.

Debo confesar que estoy asustada, pero una amplia sonrisa devuelve mi alma al cuerpo.

 Nebio sobrino de mi esposo viene a mi encuentro

Amablemente toma mi equipaje y lo lleva hasta el baúl de su auto.

La ruta es bastante desolada.

_Non parlo italiano, solo un po

_Non importa, zia, ci capiremos seguramente.

_Sai , li ricordo quando eranno giovani e gli piaceva la música.

_Ah zia, sonno passati tanti anni

_Io li Ricordi cosi.

_Quanti minuti sono( Kodroipo) , per arrivare?

_trenta minuti.

Desciendo del auto y la puerta de la casa de Nebio se abre. Es Carmen quien me recibe, esposa de Nebio (de nacionalidad rumana) detrás de Andrea, su hijo, escondido detrás de sus piernas.

Me abrazo a Carmen con mucho cariño, ya que fue quien hizo el contacto, para que pudiera visitarlos.

 Todos son muy amables, pero nada que ver con nosotros (que dejamos de realizar actividades) cuando vienen a visitarnos del exterior. 

 Y, de igual forma yo no soy la zia de su sangre, (la esposa de su tío).

 Tenía pensado quedarme diez días, dos semanas.

 Para mi sorpresa Roberto, el mayor de los sobrinos, hijo de la única hermana que quedó en Italia cuando la familia de mi esposo, emigró a Argentina,

 me obsequió con un hermoso ramo de flores, muy afectuoso, me emocioné con su gesto. Esta noche vamos a cenar juntos, con la familia de Nebio , Roberto, y su pareja Walther.

Sentados, todos alrededor de la mesa, se abrieron las preguntas, aunque confieso que soy mucho más curiosa que ellos.

Me da la sensación que les importa muy poco sobre la familia y el país, mi país.

Verdad que Udine y sus alrededores, me pareció, un gris cemento de viejas arquitecturas.

 Ellos, desconocían la casa de sus abuelos maternos, donde transitó parte de la infancia

su madre.

Me llama la atención este desapego. Pero debo aceptarlos tal cual son (como ellos a mí, sin conocerme).

Libio es un amigo de la infancia de mi esposo y de sus hermanos, que en dos oportunidades visitó nuestra ciudad.

Al enterarse que yo estaba allí, inmediatamente se comunica conmigo, y después de la cena, me invita a pasear.

A pesar del cansancio, debía tomar un poco de aire y salir, me viene muy bien.

Frente a la casa que habitaron mi esposo y su familia, de ventanas y puertas de maderas rotas, y muros en un rosa desteñidos por el tiempo conserva la postura arrogante de permanecer aún en pie. Invitándome a soñar.

Detrás de la casona los Alpes asoman.

Comienzo a sentir el aroma a pan recién horneado, escucho un murmullo de gente como si estuviera la casa habitada. Risas, la algarabía de niños que juegan. Un farol 

arroja una tenue luz por las hendijas de una de las puertas. Me invitó a entrar. Varias familias celebran después del duro trabajo del campo, la vida, que no es poco (luego de dos guerras)

Y cantan con entusiasmo y beben, las mujeres tejen calcetines para el invierno.

Parecen no darse cuenta de mi presencia. Un niño toca la armónica mirándome con insistencia. Me hace recordar a otra mirada y voy avanzando hacia él, a medida que me voy acercando, él se esconde entre los fardos de pasto. Y desaparece con rapidez, hasta perderlo.

 Me distrae la señora, quien saca los panes del horno y me invita a compartir, tanti grazie, digo, mientras busco con la mirada al niño de la armónica.

 Sobre el vano de una puerta apoyado, un joven me clava sus ojos con la misma expresión de aquel niño.

 Me atrae su mirada, me es familiar.

Me gustan sus brazos, su cuerpo, irresistiblemente, cada vez más cerca, él sonríe y yo, voy perdiendo la seguridad y el equilibrio.  Caigo desvanecida o dormida sobre sus brazos. Ensoñación.

 Cuando despierto de mi estado de inconsciencia a la locura sin fin, siento mi cuerpo abrazado por un fuego inextinguible, invitándome al juego del amor.

 Mi amado esposo ha regresado, (digo) con la emoción de haber recuperado algo importante.

Y enredo sus negros cabellos entre mis manos, apoyo mi cabeza sobre su pecho. Me besa con ternura de niño y acaricia con deseos de amante.  

La calma vuelve, en su música danzo al vaivén de su ritmo, de su lengua dulce y de su acento.

Quiero que atemos nuestras manos con hilos que el gusano de seda ha ido tejiendo, para unir nuestros destinos

Y que el mar nunca vuelva a llevarte lejos ahora sé dé dónde vienes, cómo es tu pueblo, tu gente, quienes habitan tus recuerdos.

Amo este efímero instante donde los duendes despertaron de su largo letargo para volver a descubrirte niño del Mediterráneo.

 Inmigrante en mi patria donde fui quimera de tus lejanos sueños.

Libio estaba afuera esperándome, creo jamás supo toda la fascinación que y la magia que adentro de esta vieja casona viví.

Antes de partir de allí, bebí un poco de agua fresca del bebedero, arranqué del suelo un puñadito de flores silvestres de suave aroma, y las guarde en mi cuaderno de viaje.

Regrese a casa de Carmen cansada pero feliz, dispuesta a dormir…

 

Laura Elena Bermudez Tesolín

laurabertesolin@gmail.com

Santa Fe