El Miedo la Música y Yo

El Miedo la Música y Yo

 

Caminaba medio depre por la calle Ramón Falcón, en el barrio de Flores, me había jubilado hacía poco y seguía trabajando, pero a un ritmo mucho más tranquilo. Eso me dejaba tiempo para tratar de encontrar algo que me gustara y llenar mi tiempo libre. Ese día había pasado por un centro de jubilados y me llevé una terrible sorpresa: presencié una clase de thai chi y las personas que me atendieron eran gente mayor, comúnmente llamados viejos. Evidentemente aun no me había hecho a la idea que yo era tan mayor como ellos, he aquí el motivo de mi depre. 

En realidad, tenía bastante claro lo que quería hacer, quería cantar. Había tenido una experiencia negativa tiempo atrás, entré en un coro creyendo que era para principiantes, pero era un coro avanzado y yo no tenía la más pálida idea de música, lo único que tenía era un tremendo entusiasmo, pero por supuesto eso no alcanzó. En la tercera clase, el profesor, harto de mis errores, me dijo que yo nunca podría cantar, lo cual me alejó de ese tipo de intento por un tiempo bastante largo, no recuerdo bien, pero fueron más de cinco o seis años.  

Sin embargo, yo seguía con ganas de cantar; venía siguiendo a un viejo amigo que lo hacía como aficionado en distintos lugares y además, me gustaba escuchar música, sobre todo tangos. Conocía las letras y mentalmente podía cantarlas, pero me detenía la idea de quedar como envidioso ante mi amigo y la familia de él, una verdadera tontería. 

Una tarde sucedió el milagro, volviendo de mi triste caminata por la calle Falcón. Llegué a un espacio que había sido una feria, porque me habían dicho que allí había un centro de jubilados; y aunque estaba todo cerrado y oscuro, en la puerta de entrada había un papel pegado, me acuerdo que me tuve que acercar para poder leerlo. El cartel tenía dibujado un micrófono y decía “aprenda a cantar, vocalización y armonía” y un número de teléfono. Faltaba que dijera “Juanca aquí está lo que buscás ¡llamáme!”. 

Gracias a la magia de los teléfonos celulares marqué el número allí mismo y me atendió una señora muy amable, le dije lo que quería, también le dije que no tenía idea de nada con respecto a la música y me dijo que fuera para hablar personalmente. Cuando me dio la dirección, me dí cuenta que me encontraba a sólo  dos cuadras de su casa.  

Caminé mucho más animado las dos cuadras y sin dudar toqué timbre; al ratito salió una señora muy simpática con un perrito que llevaba con correa, en las presentaciones de rigor, mientras paseaba el perrito, dijo llamarse Julia, mi primera pregunta fue “¿puedo cantar yo?”, y la contestación me tranquilizó, dijo “¡claro!, todo el mundo puede cantar”. Esa misma semana daba clase y quedé en asistir. 

Debo aclarar que toda mi vida sufrí, no miedo, sino terror escénico y lo que más me acobardaba era el miedo a que alguien me expusiera en público y hacer un papelón, quizá por cosas que me dijeron de chico, no sé por qué, pero mis familiares cercanos están absolutamente seguros que uno no puede dar una nota en tono. Quizá por miedos míos o por alguna causa fortuita, la cuestión es que ese miedo condicionó toda mi vida. Me costaba mucho bailar, si tenía que hablar en público quedaba mudo con la mente en blanco y era imposible articular palabra. Con el tiempo se fue diluyendo, pero siempre lo sentía como algo imposible de superar, ¡que paradoja! tenía fuertes deseos de hacer algo que me aterrorizaba…. Cuando acepté asistir a clase de canto me dí cuenta que  allí comenzaba una lucha fenomenal de Juanca contra Juanca, solo, porque por más que explicaba mi sentir, los demás no entendían bien lo que me pasaba. 

Y llegó el día, en la puerta de casa de Julia, había tres o cuatro personas charlando animadamente, esperé un ratito y Julia nos hizo pasar, me presentó como nuevo alumno y comenzó la clase. Primero relajación, luego vocalización y luego, cada uno cantaba una canción. Yo los escuchaba sorprendido, me daba la sensación que desafinaban bastante, después me di cuenta que estaban comenzando a ensayar un nuevo repertorio para la presentación de fin de año y no estaban familiarizados con las pistas, a lo último la profesora me preguntó si me animaba a cantar algo, dije que sí, me paré y largué con un tango, cuando terminé estaba todo transpirado, me aplaudieron y salí, feliz, sin poder creerlo, pero allí comenzó la batalla. 

En las dos o tres clases posteriores, cuando me tocaba cantar, mi mente se ponía en blanco y no podía articular palabra alguna, pero por la calidez de Julia y los compañeros y mi propio entusiasmo lo fui superando, aunque siempre me olvidaba la letra o me equivocaba de estrofa.  Junto con el canto otra cosa me atrapó fue que me recibían con fuertes abrazos, que al principio sentía molestos, pero después los disfrutaba con placer, fue como entrar a un mundo nuevo y desconocido para mí. Ocurre que yo siempre tuve muy buenos amigos, pero también muy circunspectos y rígidos a la hora de los saludos, en cambio aquí todo era muy distinto. 

Días después Julia organizó un encuentro de alumnos de todos los cursos, con asado incluido por el día de la primavera y allá fui, sin saber la sorpresa que me esperaba. A la mañana hizo grupos de 5 personas elegidas al azar y repartió temas para actuarlos, pude hacerlo bastante bien; después, a comer y a la media tarde conectó un micrófono y comenzó la ronda de canto. Uno a uno fueron desfilando cantantes, de repente se me acerca Julia y me dice “vení, vení que te presento”. Al segundo siguiente estaba parado delante de un micrófono frente a más de cuarenta personas y todo el miedo sentido durante años se hizo presente. Comencé a temblar, las piernas se negaban a sostenerme, pensé que me desmayaba del terror; ni sé lo que canté o cómo canté; creo que si en vez de cuarenta personas dispuestas a escucharme, hubiera sido un pelotón de fusilamiento no habría sufrido tanto. Al otro día estaba todo brotado. 

Aun así, seguí adelante con las clases, no quise actuar en el show de alumnos de ese fin de año, el cual salió hermoso, todos cantaron muy bien, algunas chicas cantaron a dúo, a lo último cantábamos todos a coro y subí primero al escenario y canté junto a mis compañeros. Fue mi debut y eso me dio mucha confianza. Al año siguiente sí me presenté. Se hizo en un teatro, canté una chacarera y en la mitad me quedé en blanco, me salvó Julia que subió al escenario y me sopló cómo seguía la letra. 

Extrañamente, todas estas presentaciones fallidas, no me gustaban para nada, pero no me causaban mucha angustia, siempre me importó muy poco lo que los demás pensaran de mí y yo, en ese momento estaba compenetrado en vencer mi miedo y para eso, la única forma era arriesgarme a un error, al cantar en público, ya que en casa, cuando estaba solo, cantaba sin contratiempos. 

Después me presenté a cantar en muchos lugares, con distinta suerte, pero siempre las previas eran muy duras, sufría mucho, pero todo ese sufrir tuvo su premio: un día escuché una versión instrumental de La bicicleta blanca de Piazzola y Ferrer y la canté como me parecía a mí, a Julia le encantó y gustó muchísimo a todos, hasta vi a más de uno lagrimear emocionado al escucharme. 

Después de varios años de vaivenes estaba llegando a mi sueño, cantar sin ponerme nervioso y sin equivocar la letra u olvidar frases, de hecho, en mi última presentación, canté La bicicleta blanca. Julia me hizo cantar último, después de los coros y salió perfecto. Recuerdo que al terminar de cantar debíamos presentar a quien cantaba después y yo, me compenetré tanto en esa canción que cuando terminé me costó volver a la realidad, agradecí los aplausos y dejé el escenario emocionado, sin recordar que tenía que presentar nada menos que a Julia y su maravillosa voz. Cuando reaccioné, porque escuché a la profesora decir por los parlantes “Ya que nadie me presenta me voy a presentar yo”, me disculpé a los gritos. 

Pero, siempre hay un pero, comencé a agitarme mientras caminaba, me faltaba el aire. Me hicieron estudios, era el corazón sin dudas. Después de un tiempo, un día que me costaba mucho caminar fui al hospital, al rato estaba internado en la unidad coronaria y pocos días después fui al quirófano y me hicieron dos bypass a corazón abierto. Estuve en terapia varios días, siempre con respirador y salí adelante, lo que no sabía era que el caño que pasa por la garganta se apoya sobre las cuerdas vocales… nunca más logré recuperar mi voz, sin embargo, seguí cantando, con menos voz, pero con el mismo entusiasmo de siempre. 

Quedó en mí la maravillosa sensación de haber interpretado música, que es una de las cosas más bellas de la vida, de haber tenido admirables compañeros, con mi misma pasión y nada de competencia; con varios de ellos canté a dúo, siempre estaban tratando de ayudar en las clases y en los momentos de tensión en las previas, de ser alumno de una profesora especial dedicada y amorosa, a todos ellos los llevo en mi corazón y de haber luchado batallas muy duras contra mis miedos, muchas de ellas perdidas, sin embargo he llegado al final de la guerra sintiéndome victorioso. 

          Juan Carlos Olivieri

Ciudad Autónoma de Buenos Aires