Y Escribo

Y Escribo

 

Desde niña me encanta leer y escribir. En casa no se compraban libros, ni revistas, ni periódicos. No nos faltaba lo imprescindible, pero éramos austeros; se gastaba lo necesario; por ejemplo, si precisábamos un diario para sacar una noticia para la escuela, lo pedíamos a algún vecino o tío, que lo compraba.  

Mi hermana, mayor que yo, también ama la lectura; no tenía problemas en solicitar, en carácter de préstamo, revistas o libros a conocidos o amigos. Los cuidábamos con mucho esmero, los leíamos rápido y los devolvíamos en excelentes condiciones. Para que nos siguieran prestando. Yo era más tímida; no me animaba; por eso ella a veces me los cedía por poco tiempo y en ocasiones no los terminaba. Además, me chantajeaba; por ejemplo; a ella le tocaba secar los platos; pero, si lo hacía yo en su lugar, me permitía tener más tiempo un libro.  

Mi mamá leía revistas, especialmente fotonovelas. Cuando estas llegaban a mis manos, me enganchaba primero con la historia en sí. Para los que no las conocieron, les explico: contienen un relato romántico que se desarrolla a partir de fotografías y pocos textos muy breves que las conectan entre sí.  

Una vez saboreada la fotonovela, leía el resto, especialmente las publicidades, a las que emitía en voz alta como una locutora, buscando repetidamente la entonación más adecuada. En ese tiempo pensaba que iba a estudiar esta profesión, pero me dediqué a la docencia, para lo cual me sirvió mucho.  

Para mis padres, el estudio de sus hijos era lo más importante. Una vez que realizábamos las tareas escolares y repasábamos lo aprendido (en aquella época nos demandaba muchas horas), y le ayudábamos a mi madre en las labores domésticas, teníamos permiso para leer ficción, siempre y cuando nos fuéramos a dormir temprano porque al día siguiente madrugábamos. 

Cuando llegaba un libro a mis manos, era una emoción tremenda. Y, como dije, tenía que leerlo con urgencia. La mayoría de las veces, la solución era hacerlo de noche. Así que me llevaba una linterna al dormitorio y lo disfrutaba debajo de las sábanas. Hasta que mi mamá me descubría y finalizaba el placer. 

Así fue que leer ficción, como era casi prohibido, se convirtió casi en una obsesión.  

En la adolescencia, también me gustaba escribir, especialmente poesías románticas. Pero me daba pudor mostrarlas.  

Un día, cuando cursaba tercer año (tenía quince años), en el colegio organizaron un concurso de poemas. Presenté uno y obtuve el primer premio. Seguía componiendo, pero en la intimidad. Logré acumular una cantidad importante de textos en una carpeta, a los cuales releía de vez en cuando y me gustaban. No me acuerdo en qué momento ni por qué, la quemé. Por supuesto, a los pocos días me arrepentí.  

Ya de adulta, tenía poco tiempo para este hobbie: trabajaba casi todo el día y tenía mi propia familia. Sin embargo, era consciente de que tenía facilidad para redactar cualquier tipo de texto y sabía que algún día lo haría en forma más metódica.  

A finales de 2016, llegó el momento de la jubilación y me volqué de lleno a la lectura y escritura de ficción. Me hice socia de la biblioteca popular de la localidad, con lo cual tenía acceso a multitud de libros de buena calidad; la mayoría son novelas. También comencé a formar parte de la comisión, que realiza múltiples eventos para fomentar la cultura. Los tres años siguientes escribí bastante, sobre todo cuentos.  

En 2018, la Biblioteca organizó un concurso de textos breves de autores locales. Presenté al mismo dos carpetas, una de cuentos y otra de poemas. Como dicho evento tuvo un importante éxito, otra institución de la localidad sugirió seleccionar algunos textos y publicar un libro, y ofreció solventar los gastos de la edición. Nos pusimos a trabajar rápidamente y así surgió un hermoso ejemplar editado en 2019, en el cual se incluyen un cuento y una poesía de mi autoría, que fueron elegidos por los directivos; además, me hice cargo del prólogo.  

La obra fue presentada en sociedad en marzo de 2020, días antes del confinamiento por la pandemia de covid. Encerrada en mi casa, vislumbré una salida al exterior a través de internet. Comencé a enviar textos a distintos concursos literarios que se realizaban vía correo electrónico. Y ¡vaya sorpresa!, recibí varios reconocimientos a nivel nacional e internacional, lo cual me motiva más y más a continuar y perfeccionar este pasatiempo, y a seguir participando.  

Quizá lo más importante es que adquirí confianza en mis posibilidades y me animé a publicar en las redes sociales mis diplomas y textos reconocidos y/o premiados. Varios medios locales televisivos y radiales de la localidad me realizaron entrevistas, lo cual derivó en la mayor difusión de mi tarea recreativa, que me llena de orgullo, a tal punto que incentivo y oriento a amigas a realizar lo mismo.  

 Elena Susana Arroyo

susi.arroyo@gmail.com

Villa Huidobro, Córdoba