Una Visita Ocasional

Una Visita Ocasional

 

Sucedió un día normal de una semana tranquila de otoño. Ya se aproximaba el invierno y también se hacía sentir el aire fresco. 

Me había levantado temprano, dado que las obligaciones familiares me tenían algo absorbida. Y algunos mandados que surgen; entre ellos, cambiar prendas por error de talle o algo por el estilo.

Entré en el negocio donde debía hacer el cambio. Me atendió un joven muy atento, que se puso de inmediato a buscar el reemplazo. Como el tiempo es tirano y me esperaban en otra oficina con horarios, le dije que buscara tranquilo, pues debía llegarme hasta el Hospitalito por una diligencia, ya que un ahijado de mi madre así lo requería. 

Me miró y me preguntó: ¡Así que usted va al Hospitalito?

Asentí con la cabeza. Entonces me dijo: “Yo tengo a mi  abuelo interno allí…..hace mucho que no lo veo, pero creo que anda bien, según las noticias que me dan mis tíos”.

Pregunté si quería que le mandara saludos. Asintió con la cabeza, lo que me dio lugar para preguntarle a quién debía buscar.  Tras agradecerme la atención me dijo que preguntara por Don Gutiérrez.  Me fui medio rapidito, subiendo a mi viejo Chevrolet, con prudencia pero sin pérdida de tiempo. Atravesé todo el centro y llegué a calle Perú. Luego de estacionar, atravesé una de las galerías  que llevan a la sala. Saludé a dos internos que estaban tomando sol en el jardín.

Observé que uno saludó, el otro no, pero, pensé, era comprensible: no lo iban nunca a visitar lo que me hizo justificar en parte su carácter osco.

La sala estaba llena. Parecía que habían terminado de desayunar, pues los más lentos quedan como rezagados y los más rápidos y que están en mejores condiciones, ya gozaban del sol del patio. 

Una de las enfermeras, que ya me conoce, y luego de saludar me preguntó qué andaba haciendo. Claro, acostumbradas a que me veían siempre por la tarde, pues llevaba a mi madre a la clase de musicoterapia, bajo la dirección de Ali, excelente profesora y mejor persona.

Al pasar al lado de una interna, me extendió un libro de poesías, recomendándome que se lo devolviera una vez que le saque copias. Por supuesto acepté con gusto y hasta hoy no me olvido de su rostro, aunque ya no está. Otra, haciéndome señas, agradeciendo una atención a su persona. Son las cosas que dan gusto y que levantan el espíritu.

Por fin averigüé dónde estaba Don Gutiérrez. Me lo señaló una enfermera que estaba en un rincón, algo solo. 

Me acerqué:- Buen día, Don Gutiérrez, mucho gusto!

“Buen día”, contestó.

-Le traigo noticias de su nieto, le manda saludos y me dice que un día de éstos lo va a venir a visitar….

“ ¿Cuál?, preguntó……..Javier?”

-Creo que sí, le dije, salí muy rápido del negocio y no le pregunté el nombre.

“Ahhh…….dígale si lo ve que levante las cañas de pescar y traiga lombrices, porque aquí no hay. Hace mucho que no vamos a pescar los dos juntos. Nos gusta tanto ir al río…..aquí, al Balneario nomás”………

Y no me dijo más nada. Se le notaba ansioso y cansado. Me despedí de él y salí.

Cuando volví al negocio, le pregunté al joven que me había atendido: -“Eres Javier?”. Me llamó mucho la atención cómo se le ensombreció el rostro. Quedó callado un momento, como tomando aliento en lo que me diría después:

“ _No, dijo, Javier es el nieto que se le murió a los cinco años…..Siempre lo extraña y llora por él. Y en su senilidad cree que todavía vive.”

Salí de allí, con la rara sensación de haber abierto una herida. Al poco tiempo me enteré que había partido.

Aquel anciano con su cuerpo y su mente,  ya vencidos por los años, tenía intacto el recuerdo de su nieto, tal vez con la persona que vivió momentos muy gratos, pescando juntos.  A veces miro hacia el infinito y me los imagino, riendo juntos y felices.

 

PD: LOS NOMBRES PROPIOS HAN SIDO CAMBIADOS POR RAZONES OBVIAS.

 

Eva Argentina Guerrero

rodrigueza068@gmail.com 

Concepción del Uruguay, Entre Ríos