Sentencia en los ’90..

Sentencia en los ’90..

 

La media mañana con tibio sol otoñal de aquel sábado en Laguna Paiva, me llevó… No sé qué raro sortilegio desvió mi habitual camino con un destino imprevisto: Iba hacia la antigua estación de trenes. 

Tal vez fue algo así como un deseo que irrumpió de repente la calma de mi jubileo… Era como un inesperado estallido interior de mandatos contenidos de padres y abuelos ferroviarios… Sentía que ellos activaban mi reloj biológico, el mismo que fuera estremecido por “la sirena del taller” que citaba al trabajo cotidiano en momentos mejores. A pesar de mis años viejos era consciente de lo que, hace tiempo, dejó de ser… pero que, aún hoy, retumba en mi como aquel sonido agudo y estridente que se hunde en el amanecer, pero sin estar…

Hoy siento el llamado nostálgico y los recuerdos de tiempos idos que me conducen a la vieja estación ferroviaria, atraído por el imán que parecen tener las vías y el cobijo del andén que, por sobrevivir,  se pelea cada minuto con el tiempo.

Ella firme, de pie, atesorando la histórica esencia de una comunidad con ADN ferrocarrilero: “Estación Laguna Paiva”. Su soledad, sin retaceos, parecía esperarme.

Este presente me encuentra caminando con pasos lentos por su andén. El silencio y las añoranzas muestran su gastada imagen vencida que mira al Este, que sonrió por años orgullosa de haber estado junto al nacimiento de un pueblo ostentando, al nombrarla, su orgullo de ciudad con esencia ferroviaria, con música de ajetreo de trenes.

Aún está firme en sus cimientos y paredes para sostener el paso de los años. La estructura que barre el viento, que lava la lluvia e ilumina el sol con incansables  gorjeos de gorriones y el “maquillaje” recibido en el intento de preservarla, se hacen ver. Sólo eso ha quedado… Sólo sordos murmullos de aquella estación multicolor con bullicio de pasajeros y ruidos de cargas, parecen merodear y acompañarme mientras la recorro.

El andén vacío, desolado. Viento norte cálido, seco y con tierra o la fresca brisa del sur que incomodaba, la visitaban durante años. La he fantaseado en penumbras por las noches. Recuerdo la luz mortecina del “Pueblo Nuevo”, al otro lado de las vías, que su alumbrado público resaltaba el tenue brillo de los rieles…

Imaginé al furgón de cola yéndose, bamboleándose, haciéndose cada vez más pequeño como juntando paralelas en un abrazo apretado. Era cada vez más cerrado ante la marcha crujiente del tren de pasajeros y al agudo silbido de la máquina como saludando un adiós. El vapor de la locomotora resoplaba por los costados de la negra estructura sin saber que estaba partiendo para no volver, para solo dejar la esperanza, que –tal vez- algún día…! tal vez vuelva… solo tal vez…, por esas dos paralelas brillosas que todavía se dejan ver perderse en el horizonte.

Me decía para mí mismo… Nuestro sello de identidad pueblerino y ferroviario hace que al menos queden las palabras en clave de remembranzas, enredadas en la espera, las de cada uno: la tuya, la mía, la de aquel. Cada cual con su propia historia para ser contada a los que vienen: escrita, dicha o añorada, que en verdad es también la historia de todos los paivenses, de su pueblo. Es ahí donde se abrazan los recuerdos como un enganche férreo de vagones, con las emociones, porque… “La vida no es lo que uno vive, sino lo que recuerdas y cómo lo recuerdas para contarla”, dice Gabriel García Márquez… Sosiego intranquilo de una espera y porque de todo aquello muy poco ha permanecido.

… Y seguía murmurándome… más aún cuando han pasado los años que se hicieron décadas y ya haber festejado un centenario desde aquel pueblo… Mucho más aún cuando se está lejos de la patria chica, del terruño donde se ha nacido o crecido con sonido de martillos de los talleres y de trenes por todo el cielo… Y siento que, a pesar del tiempo que pasa inexorable, a los que buscaron otro horizonte se los bautizó, muy acertadamente “… Ah!, vivían en Paiva”, pero no se han podido desentender de aquellos tiempos, para poder seguir descubriéndolo, yendo y viniendo por el andén desolado atrapando un recuerdo tras otro… aunque sea como en la nebulosa de un sueño…

  Era tiempo de volver a casa. Hasta me pareció sentir a mis espaldas el ruido del tren del norte  que entraba frenético con un rechinar de frenos para aminorar su marcha y quedarse inmóvil frente a la estación. No quise mirar hacia atrás en ese momento. Todo eso había terminado… ya no más trenes…  No había más trenes!… balbuceaba silencioso… ¡los trenes ya no están…!, me decía en un grito mudo…

Aún así, sé que llevo esa impronta ferroviaria que es mía y será de todos los paivenses. La vieja estación sigue siendo sin ser. Es como un faro que siempre está como signo y símbolo de espera, a pesar de la penumbra que la envuelve cada noche, a pesar que su otro frente mirando al Oeste, se hizo rostro de otro servicio, sin vagones, pero sí transporte con ruedas de caucho, sin campanas ni silbatos del guarda que anuncien la salida del “tren local” a Santa Fe.

Sólo hay que saber mirar para encontrar los destellos de luz del faro en los giros completos. Ella, la vieja estación, acompaña los sueños de progreso y esperanza, con mucha fe, para transformar la realidad sobre un camino de rieles que circunvalen la ciudad capital de la provincia y lleguen al  Norte, lejos, trayendo de la mano otra prosperidad. Esa es la esperanza del presente, me digo…

… El Plan del Norte, el circunvalar, estrategia de los gobiernos en busca de la reactivación ferroviaria para un desarrollo sustentable… Oportunidad después de tanto. La vieja estación espera volver a escuchar las voces de aquellos tiempos, en otras voces, nuevas, jóvenes, en un salto cualitativo que la comunidad paivense aguarda. La esperanza está en el tiempo para lograr generar los beneficios que todos necesitamos, mientras la estación Laguna Paiva, irá reviviendo y en sus muros vuelva a encerrar traqueteos de vagones en la joven década del siglo XXI.

Sumido en mis pensamientos, el saludo pueblerino me vuelve a la realidad en el camino de regreso.

-¡Hola Samuel… Buen día! ¿Paseando?…, con algún recuerdo seguramente… o con pensamientos de jubilado, como los que todos los “viejos” tenemos…

Respondo el saludo levantando su mano. Se hace tarde. Vuelvo a casa. El sol del mediodía no apaga la ilusión que todavía me embarga por imaginar la estación como debe ser, rejuvenecida con la caricia del ir y venir de los trenes. Pienso en ese candado que aprisiona una puerta que se muestra como un agravio a una ciudad. Y pienso, pienso con mucha nostalgia: … pero el día que lo abramos surgirá la oportunidad tan anhelada y todos los paivenses podremos decir:

¡Ya no más ´90.…! Estación de Laguna Paiva…

Muy dentro lo voy rumiando para decírselo a todos con un grito, mientras me voy yendo. Me detuve. Giré un par de pasos hacia atrás para mirarla casi toda. Estación Laguna Paiva, cuanta historia guardas, cuánta valentía de un pueblo para construir la resistencia ferroviaria en tiempos difíciles y parir aquella tarde violenta a “Paiva la heroica”.   

Volví a girar, me di vuelta y seguí mi camino a casa alejándome de ella.

El almuerzo familiar de entrado mediodía para dos. Las primeras noticias del TV postergaban un poco el diálogo en la mesa compartida. De repente la información me enmudeció… y atentos escuchamos:

. “La idea de la provincia es reactivar el proyecto de trenes metropolitanos. En la región, el tren de pasajeros uniría la ciudad de Santa Fe con Laguna Paiva por las vías del Belgrano Cargas”, dijo el periodista…

Nos miramos con una sonrisa que tenía la esperanza de festejo incontrolable, de ojos brillosos… y de los fugaces pestañeos –que no lograron retener una lágrima- era como rescatar aquel último viaje en tren.  Hasta casi nos levantamos con mi esposa para abrazarnos de alegría…

Fue como dejar atrás el duelo constante de no poder ni querer ir hacia vos estación, de no volver a escuchar el sonido del rodar de hierro sobre hierro en un sendero de vías que hacia adelante parecían cortarse en el horizonte pero abiertas a la esperanza, a sentir alcanzable lo que tanto se ha deseado.

– ¿Te acordás “Negra” cuando decíamos: hay que tener esperanzas, algún día volverá…

– Sí, me respondió ella. Parece que los deseos en los años transcurridos nos trajeron a este presente.

– Te acordás Samuel de ese día en la plaza…, aquel discurso del candidato político con aspiraciones presidenciales “… ramal que para, ramal que cierra”…

– Cómo no acordarme Negra, si fue una amenaza sutil dicha en el centro de nuestra propia plaza, que dolió como una traicionera bofetada a la esperanzada ilusión de un pueblo. Escuchar sin siquiera imaginar lo que esas palabra traerían… Pero bueno, eran tiempos de campaña…

– Sí, sí, me acuerdo, volvió a responderme. Nos miramos con un silencio de emociones y palabras.

– No me hagas acordar, también me dijo… Así, el tiempo se nos fue escapando y…  vaya si fue mucho el tiempo… ¡Se hicieron años!

Hoy la lucha, la esperanza, el deseo de estirpe ferroviaria, la necesidad del pueblo paivense que los tiempos del mercado tanto subyugaron, no permitieron seguir abriendo fisuras para dar lugar a la desesperanza, aunque hayan cerrado su estación.

En el barrio, en la ciudad era el único comentario: “¡volveremos a tener el tren local!”… nos decíamos…

Pasaron 30 años desde aquel día del cierre de los talleres y la clausura del “tren local”, pensé.    Seguramente a vos estación te remodelarán, te reciclarán para que luzcas acorde a los tiempos. Los vagones de cargas tendrán otro color, otros logotipos que los que saben analizarán desde lo semiológico. Se construirá otra infraestructura. Hay tanto por hacer…!

Lo por venir, lo cotidiano, no será como decir: vuelve la normalidad de nuevo, sino habrá que vivir una nueva normalidad. Así será, aunque hayamos estado asediados por un virus y una guerra que nos invade como chispas de pirotecnia. Con vacuna y respeto, con ruegos por la paz, también con la esperanza que algún mañana lo venceremos a todo lo que conmovió  al mundo, como lo hicimos para que el tren regrese.

Solo dos días más pasaron desde  aquella última visita llena de añoranzas. Sentí la necesidad de volver y así lo hice. Entré por el lado norte y me dejé empujar por un sentimiento de vencedor.

Caminé el pasillo pegado a las columnas que sostenían el techo del largo andén y del otro lado  la formación de vagones de carga en espera, inmóviles sobre las vías…

Repasé nuevamente con la mirada cada rincón de paredes un poco descascaradas y me distraje con una huidiza hojarasca,  metida en un rincón, que perfilaba un incipiente remolino de tierra y hojas. Me sonreí con esa felicidad de viejo obrero ferroviario, a sabiendas de la tenue fugacidad del presente y me aferré a él. Parecía que los muros me decían: carpe diem!… ¡¡Vive el momento!!…

El pequeño remolino trajo un trozo de diario que se detuvo en la cerrada puerta de la antigua sala de espera. Lo miré. Alcancé a leer “Se conocieron los coches y locomotora que unirán Laguna Paiva – Santa Fe”… Lo hice nuevamente para estar más seguro todavía… Luego, como para contárselo a todos… el viento se llevó la noticia en un trozo de papel en vuelo.

Me ajusté el tapabocas y volví al barrio, a casa…

Ahora sí. Solo queda saber el día exacto del primer viaje… Por un momento se me nubló la vista, una nueva y rara sensación me invadió por completo. Por un momento pensé que tal vez lloraría. Inspiré profundamente y noté que el semáforo cambiaba a verde… el paso estaba permitido… la incipiente lágrima dio lugar a la sonrisa arrancada por la sirena del taller, de la que se “apropió”, la nueva empresa anunciando las doce. Era el medio día paivense.

Me sumergí nuevamente dentro mío. Escapé por un momento de la realidad. La cambié por deseadas imágenes. Era como anunciarle a la antigua señal de paso a los trenes, fija en los 90°, que sacudiera su polvo, esparciera los yuyos de su entorno y  bajara sin retaceos sus colores rojo y blanco, para darle entrada al tren local que se mostraba frenético por llegar, buscando la vieja estación Laguna Paiva… y repetirse incansablemente “… “ya no más ’90!!…” Vamos adelante!…

Mientras así pensaba en el camino, hundí mis manos en el bolsillo de la campera buscando mi amuleto. Tomé rápido contacto con el llavero, aquel que era mi chapa de identificación laboral, la que descolgué del chapero de entrada al taller aquel último día como obrero ferroviario. La saqué. Volví a mirar su número y me dije:

– “…Ah, 079!!”, volveremos a ser y estar orgullosos de ser jubilados ferroviarios, ¡ahora más que nunca!… con el enorme valor agregado. Hoy por hoy, con música de trenes, con una estación que nos cobijará para construir futuro junto a las nuevas generaciones de jóvenes…

Al final y sin dudas, los ciudadanos de Laguna Paiva somos viajes, somos constructores de destinos…, somos la vieja estación Laguna Paiva, lugar de paso que se hace legado histórico y cultural para el porvenir…, porque estemos donde estemos sencillamente somos trenes y somos vías… y me fui caminando por la calles de mi ciudad. Me sentía contento, sonriente, seguro, hasta sabio con salud mental de hierro, con ganas de abrazar a todos los ferroviarios…! Y todos volver a nuestra “Estación Laguna Paiva”, edificio de los orígenes de un pueblo, que juntos, tuvimos fortaleza en la lucha y paciencia en la espera para volver a ser y estar…

 

Luis Angel Negri  

luisangelnegri@hotmail.com   

Laguna Paiva, Santa Fe