No Soy de Aquí ni Soy de Allá

No Soy de Aquí ni Soy de Allá

 

Misionera por nacimiento en un pueblito llamado campo viera, allá por 1961 daba mis primeros halos de vida;  años  vividos recorriendo varios pueblitos pintorescos de Misiones, recuerdo claramente alrededor de los cinco -seis años mis primeras experiencias escolares en posadas,  allí permanecí hasta los diez-once  años. Esas cosas del destino o la vida misma hizo que partieramos con mí madre hacia la provincia del Chaco precisamente Resistencia, acá transcurrió mi adolescencia y adultez …. cursé parte de  escuela primaria y secundaria completa, hermosos recuerdos de esa etapa. y cada decenio pasado se iba cargando  de experiencias maravillosas… Ese Resistencia de 1972 con la Plaza 25 de Mayo imponente con sus estatuas significativas, glorietas, bancos, juegos y pájaros completaban  el paisaje. transcurrido  los años del nivel secundario en la recordada escuela nacional de comercio n°1,  otra etapa inolvidable, a nuestra edad cobra mayor  relevancia  las anécdotas y vivencias de la época.

Concluida la secundaria viajé a Corrientes, cruzando el puente general Belgrano, nada más ni nada menos, para estudiar  profesorado de educación física a nivel nacional, en Resistencia estaba dando inicio el nivel terciario de la misma carrera pero era  provincial. Mis queridos y recordados profesores “pocholo aguilar y su señora haydee apoyaron mi decisión para elegir la carrera y sugerencia de obtener título  nacional que nos permitía ejercer en cualquier lugar del país.

Idea que, ya seguramente, anidaba en mi inconsciente. Y ahí fui corriendo me esperaba para un tiempo de estudio, aprendizajes, amistades, experiencias, lugares, y todo lo que se vive en una ciudad universitaria como Corrientes… Acá me detengo en el tiempo y observo desde lejos,  que siempre anduve por diferentes lugares; debo reconocer que mi  padre fue policía de la provincia de Misiones eso permitió trasladarnos asiduamente. Por tema familiar volví con mi madre a Resistencia, ella volvía a reunirse con familiares, nacida en Chaco le resultaba todo conocido, por el contrario a mí me  costó un poco más adaptarme a otra realidad.

 

En Corrientes terminé el Insef (Instituto Nacional Superior de Educación Física)  y con el título aún en trámite, tan solo con la certificación de estudios completos y finalizados, partí  rumbo a la patagonia  precisamente a la provincia de Chubut.

 

En un principio, éramos cuatro o cinco compañeras amigas que teníamos la idea de viajar. Resultó que la convicción me llevó a viajar sola, ya que mis compañeras no pudieron lograrlo por  diferentes motivos.

 

Lanzada a vivenciar ideas y comentarios  que se escuchaban en esa época de lo que era trabajar en la patagonia o sur argentino. Pude viajar  en avión, en dos tramos, como fue y es aún. Llegué a la ciudad de Trelew, al aeropuerto “Almirante m.a.zar”. Y aquí doy comienzo a un relato más preciso y detallado de mis experiencias como  docente del norte, una más de tantos docentes norteños que eligen Chubut para trabajar y establecerse.

Transcurría el año 1987 y pisaba por primera vez suelo sureño, mes de abril, en  colectivo  a rawson la ciudad capital donde está el ministerio de educación de la provincia, quería presentarme   para pedir trabajo un una de las localidades de la provincia escuela primaria era mi objetivo, un lugar que me permita trabajar con los niños mapuches, era la ilusión que tenía, me imaginaba una escuelita rural, pero fue mucho mucho más que eso, la realidad superó ampliamente la imaginación y  las expectativas para sorprenderme  gratamente.

 

Ya en suelo patagónico como a todo docente, en ese momento, llegados de otro lugar nos recibían con los brazos abiertos y más aún,  al ser  una profesora de Educación Física, mujer, sí digo mujer. Éramos pocas las que llegábamos hasta esos pagos tan lejanos. Ahí me encontré con gente muy buena, Y así como nosotros tenemos una imagen de “los del sur”, también ellos tienen la nuestra. Así que al saber que mi provincia de origen era Misiones, inmediatamente surgió el pedido: “Prepárate unos mates, entonces”. Hice lo posible para preparar un buen mate. La yerba no ayudaba mucho, pero lo intenté. Después de las preguntas de rigor, pero con cierta informalidad y un toque de humor, seguí adelante contando mis lugares recorridos, dónde  estudié,  procedencia, y también la  pregunta de todos: “¿Qué haces acá?”

 

Y ahí estaba, con veintitrés años en un lugar desconocido, sin mucho conocimiento de la geografía de la provincia. Tenía que elegir dónde ir. El ofrecimiento era muy amplio, un abanico inmenso de posibilidades. Me dieron unos días para pensar y decidir.

 

Cuando volví ellos mismos, el grupo de designación, me convenció de elegir la cordillera, (zona oeste). Claro la provincia de Chubut se extiende desde la costa, por el mar, a la  cordillera parte oeste. Y para ese punto partí en colectivo cruzando unos 600 km por el centro de  la  provincia. Llegué a Esquel, debía  presentarme a supervisión para que me otorgaran en mano la designación. Fui asignada a la  Escuela n° 10 de la localidad de Carrenleufú. (En idioma mapuche significa “río de aguas verdes”.) Distante cien kilómetros aproximadamente de la localidad de Esquel, escuelita con internado, en un lugar hermoso rodeado de montañas con sus cimas nevadas, mucho verde, límite con Chile.

 

Fue ahí. Precisamente ahí. Lo revivo en la memoria como si fuera hoy. Me veo bajando del colectivo y un grupo de niños con los brazos abiertos  entre gritos y saludos: “¡Bajá, señooo!”. No terminé de bajar, cuando me sacaron todo lo que traía en manos, bolsos y campera. Estaban frente a mí mis primeros alumnitos acompañados por una asistente infantil, Alicia, con quien compartí la vivienda que me asignaron.

 

Fui recibida por la directora quien además de comentar lo referente a mi función, me propuso empaparme en todo lo legal estatuto docente, régimen de escuelas, licencias y demás. Fue muy útil  en todo momento y durante el trayecto de mi carrera  docente. 

 

Lamentablemente duró poco tiempo mi estadía ese lugar,  ya que sin saberlo un compañero amigo correntino me desplazaba en esa escuela. Justamente coincidencia, azar, destino… Pero así fue. Volví a Esquel a ver qué pasaba ahora. Quizás una nueva  localidad. Y así fue esta vez Cushamen (lejana soledad, en mapuche). Desde Esquel a Cushamen, 210 km de ruta.

 

Por ese entonces tramo de ruta con asfalto y otro en ripio, camino de tierra, se llegaba a Cushamen desde Esquel en micro colectivo llamado “Jacopsen (apellido de los dueños de la empresa). Recorría las siguientes localidades: Costa del Lepa, Gualjaina, Costa del Chubut, Fofocahuel. Y llegábamos a Cushamen, después de varias horas. Un viaje en el tiempo con gente lugareña y con muchísimas anécdotas que se sucedían a lo largo de semejante travesía. En esta región de la provincia, el paisaje, el entorno, cambia el verde de las  montañas  por una zona muy agreste, muchas piedras, montañas a lo lejos; lugares muy desolados. Su característica particular es el viento. Un zumbido que, al principio, me mantenía despierta por horas. Hoy recuerdo ese zumbido y sí, ahondó en mi sentir. Seguramente hoy lo extraño para conciliar el sueño en alguna oportunidad. Noche estrellada como no vi nunca. Una bóveda enorme nos cubría por las noches.  Ver brillar las estrellas como en las noches de verano en Cushamen. Teníamos energía eléctrica solo hasta las dos de la madrugada. Después era oscuridad  total. Es por eso que en esa lejana soledad las noches eran  únicas.

 

La Escuela n° 38 “Armada Argentina” tenía la característica de ser jornada simple. Turno mañana y tarde, a diferencia de la otra que tenía alumnos internos. También me brindaron una casa que pertenecía al Ministerio de Educación. Compartía con otros colegas, era una casa de barrio con todas las comodidades, un pequeño y gran detalle, la cocina y calefacción era a leña. Un lindo y pintoresco pueblito, con increíbles bellezas naturales que conocí con el correr del tiempo, a unos 40 km de ripio de Cushamen centro, así se lo conocía al pueblo, estaba la Escuela n° 69 “Miguel Ñancuche Nahuelquir” de la Colonia Pastoril Cushamen, con internado. Allí los niños vivían de lunes a viernes. Una vez instalada en el pueblo cushamen centro, me ofrecieron la escuelita de la colonia. Nuevamente me encontraba ante el desafío de tener dos escuelas cercanas para trabajar sin contar aún con un vehículo propio. Tomé el riesgo de aceptar apoyada por la directora, la señora Ana, y gente de la comuna rural quienes me ofrecieron los miércoles por la tarde ir a buscarme a la colonia , ya que el dia lunes llegaba con el colectivo “Jacobsen” que pasaba por eso lugares. Trabajaba lunes, martes y miércoles en esa escuela, los jueves y viernes volvia para  trabajar en el pueblo.

 

Me sentía tan responsable y agradecida por tener las dos escuelas, grupo de niños, mis alumnos a cargo tan diferentes y tan especiales. Aprendí mucho de ellos. Me enseñaron tantas cosas. Tuve que  adaptar mis conocimientos, mis herramientas y todo lo aprendido,  los que llevaba de tantos años de estudio a una realidad totalmente diferente en la que me había formado. Puedo recordar a un profesor decirme: “cada maestrito con su librito”. ¡Cuánta verdad y cuánto de todo lo aprendido que llevé conmigo en  esa “mochila” cargada de saberes debía adaptar a la realidad que me tocaba vivir! Y estaba segura de querer hacerlo. Si no hubiera tenido eso no habría podido lograr adaptarme, enseñar y aprender. Cada día tenía delante un desafío inmenso. Eso lo descubrí después- Y sí, pasaron los años y la “seño Koky” y la “profe Floricel” se volvió una más de esas escuelas casas,  familia,  barrio y hasta el mote de “la seño de la  colonia” o “la de Cushamen”, también la de la 38 y la 69,  números  de las escuelas donde ejerciamos.

 

Tuve la posibilidad de compartir con mis alumnos e invitados por el cacique Nahuelquir, familiar de Miguel Ñancuche, quien donó el terreno para que su pueblo tuviera una escuela cerca de la cordillera, participar del “camaruco”, ceremonia tradicional del pueblo mapuche. Durante el “camaruco” se realizan rogativas tradicionales pidiendo por buenas cosechas, abundante pasto y caza y buen clima. de esta ceremonia solo participan los mapuches y los blancos miran de lejos, (uhuinca es el blanco) pero nosotras fuimos invitadas y participamos con ellos, hasta bailamos o danzabamos purruqueando (danzar en círculos concéntricos). Principalmente pidiendo lluvias para la zona.

 

En esa época ya tenía mi primer auto, un Fiat 600, y una compañera de viajes, mi pequeña hija Micaela. Con ella nos trasladabamos de una escuela a otra por esos caminos nevados en época invernal y en verano también, ya que las escuelas tenían un periodo lectivo de septiembre a mayo para evitar la temporada invernal.

 

Pasamos varios años en esa zona. Mi hija Micaela, transcurrió sus primeros años de vida en esas dos escuelas, en sus patios y con los niños del lugar. Dicen que la fruta no cae lejos del árbol. Mi pequeña siempre se adaptó a los diferentes entornos, feliz de llegar y partir rumbo a los lugares que debíamos estar, hasta que llegó el momento de solicitar un traslado a otra localidad cercana, el maitén (árbol de la zona) pueblo que nos recibió con los brazos abiertos. Por delante  nuevas experiencias y expectativas, ya que tuve la posibilidad de ejercer en escuela de nivel secundario, Escuela n° 726 “Padre Urbano Salort” y en una escuela primaria distante del pueblo unos cinco kilómetros, Escuela n° 93 “Lucio V. Mansilla”, escuela de jornada completa. Allí los alumnos permanecían todo el día. El nivel medio secundario fue algo nuevo y me brindó la posibilidad de acceder a cargos directivos  como el de vicedirectora del nivel. Pasé casi veinte  años en ese lugar. Aprendí y enseñé muchas cosas, dejamos huellas, y también amigos entrañables. 

 

Esto no termina aquí. Pude, en los últimos años de docencia, volver a la costa, pedí mi traslado a la ciudad de Trelew, donde también me desempeñé como docente en escuela primaria y secundaria. Un entorno totalmente diferente al que había tenido, diferente pero tan apasionante fue descubrir que en esas grandes ciudades la docencia me daba nuevamente la posibilidad de conocer otro entorno, otra metodología de trabajo, otros colegas, otra realidad. Y me adapté, descubrí  que siempre se aprende, enseña y ayuda a otros.

 

Ya se acercaba mi momento, mi edad y tomé la decisión e  inicié los  trámites jubilatorios. En el año 2017 recibí la documentación que  me acreditaba como una flamante jubilada docente. 

 

Quisiera que mi relato historia inspire a todas aquellas personas de diferente edad, que tienen  sueños que los persigan y los atrapen, los hagan realidad, así como yo partí un día hacia la patagonia. Se animen a luchar  y volar por sus sueños.

Hoy estoy radicada momentáneamente en Resistencia, antes pasé por Posadas –Misiones y también por Corrientes. Y les comento que todavía no sé muy bien dónde me voy a quedar o radicar. Por ahora les puedo decir que el viajar, ver y conocer distintos lugares y provincias, que  la realidad de hoy, con el diario del lunes, no tengo muy decidido dónde ir. Muchos años pasaron.  El norte no es el de hace treinta y seis años atrás ni la patagonia que me recibió tampoco lo es.

 

Lirios Floricel del Valle Acuña

lirios061@hotmail.com.ar

Resistencia, Chaco