Mi Mejor Herencia

Mi Mejor Herencia

 

Cuando hablo de mi mejor herencia me refiero a mis dos vocaciones, la docente y la de ser madre.

Y sobre eso intento escribir. Bueno, escribir es una forma de decir, tal vez…contar, narrar, anotar. Y aquí voy para que conozcan algo de mí.

Sé que dentro de mi árbol genealógico la docencia es la profesión que más adeptos tiene. Pero, sin ahondar tan profundo, me remito a lo más cercano: mi mamá y su hermana, mi prima, mi tía madrina, mi…, mi…, todas eligieron esa vocación. ¿Y por qué yo no?

Sí, la elegí después de haberme inspirado a través del juego el placer de enseñar. O tal vez, el placer de tener un poco de autoridad. ¿Y por qué digo esto? Aquí hago un paréntesis para explicarlo. Eso de ser la hermana menor, la prima menor, me colocó siempre al servicio de los mandatos de mis mayores. Y no hablo de adultos, sino de pares o casi pares a quienes obedecía en todos los juegos creativos que compartíamos cumpliendo siempre un rol secundario, como un extra de las películas.

Volviendo a lo mío…Hoy, a la distancia me recuerdo jugando a la maestra con maderitas, con muñecas, y hasta con las moscas que se posaban en verano sobre la ventana de mi abuela. Recuerdo que ella cosía con su máquina Singer en silencio para no molestarme durante mi alocución. Me pregunto ahora, ¿cómo hacía cuando las moscas volaban buscando paz? ¿Me quedaría esperando una nueva camada de alumnos? Lo pienso y mi actitud no habla muy bien de mí, hablar con las moscas, qué delirio o quizá cuánta inocencia, cuánta imaginación. 

Cuando entré en la adolescencia y primera juventud aquellos muñecos de madera cobraron vida y dejé atrás las moscas, la pieza de mi abuela y me subí a los tacos altos, me puse la minifalda, los buzos de plus, después los zuecos y transité caminos de mucha alegría, de muchas emociones, de algunas desilusiones.

Al término de mi secundaria cursé el Profesorado de Historia. Mi gusto por la historia duró dos años. A pesar de realizar una cursada exitosa antes de iniciar el tercer año, cambié de rumbo. Tal vez los sumerios, los Carlos V, los virreyes terminaron por saturarme y no porque no me gustara, pero mi dedicación al estudio era tan full time que mis neuronas decidieron rebelarse y descansar. Y al volver de unas vacaciones en Córdoba, en mis Rabonas soñadas tomé la decisión de abandonar la historia y embarcarme en mi primera vocación, la de ser maestra.

Mi recorrido por el Profesorado de Enseñanza Primaria en el Normal N1 fue una etapa plena de felicidad. Por lo divertido era como estar de nuevo en la secundaria con hermosas compañeras que aún hoy conservo como grandes amigas. Con ellas no faltaron las tentadas, los faltazos, la deliciosa inmadurez…

Y así viví dos recorridos después de mi secundario. El primero plagado de estudio, responsabilidad, pero con algo de tedio. Y el segundo colmado de experiencias positivas, también de estudio, pero revitalizantes que marcaron mi vida. Acotó que, durante esos años me enamoré de quien fuera el amor de mi vida y padre de mis primeros tesoros Ana y María, quienes durante mis últimos exámenes me recordaban que debía amamantarlas cuando mis pechos chorreaban leche de vida.

Con el título en la mano y mi inexperiencia logré entrar como maestra en el Hogar del Huérfano. Fue mi prueba de fuego que transité con mucho amor, pero también con mucho dolor por la situación de los niños que ahí cursaban. Salí fortalecida para continuar mi vocación en cualquier otro lugar que la vida me llevara.

Y la vida me llevó a mi primer hogar, y volví a mi querido colegio del Huerto, esta vez como maestra y con una vasta experiencia adquirida sólo en un año. Al llegar a mi nuevo lugar de trabajo volví a encontrarme con el aroma de la enredadera que me cobijara por tantos años. Todo me resultaba conocido, familiar y se me hacía más fácil. Estaba feliz.

Me comprometí con mi tarea con responsabilidad y dedicación. Todo confluía en un solo objetivo, formar, moldear, dar herramientas, dar sentido a la vida a todos los que se cruzaran en mi camino: alumnas, padres, hijos, compañeras, amigos.

Mezcladas entre el recorrido de maestra, miles de experiencias dieron sentido a mi vida. Año a año aumentaba mi familia, a veces cada dos, o cada tres años, para el caso es lo mismo, pero no para mí, porque cada hijo que llegaba era una bendición que dio sentido a mi vocación de madre. Y así, a las mellizas que nacieron cuando estudiaba, se fueron sumando Hernán, María del Valle, Mariana, Ramiro, Ezequiel, Juan Andrés y María Alejandra. Ya éramos once, mejor dicho, doce, porque siempre estuvo acompañándonos para ayudarnos mi mamá.

Pasado el tiempo comencé a pensar en el futuro, tal vez porque los años empezaban a anunciarme su llegada o quizá por mi capacidad de ver la realidad tal cual era. La palabra jubilación comenzó a rondar por mi cabeza como una posibilidad tan real como los veinticinco años de trabajo ininterrumpidos de mi parte y porque la de mi querido compañero era incierta. ¿Jubilación docente? Poca plata presente. ¿Jubilación con un cargo? Me evitaría un trago amargo. Por supuesto, lograr mi nuevo objetivo no era fácil. Sabía que capacidad pedagógica había adquirido, experiencia…como ninguna. Ya no era la recién recibida. Ahora me sentía preparada para transmitir mi riqueza a alumnos y ahora también a docentes.

En mi querido colegio no tenía ya oportunidades. Los cargos directivos estaban cubiertos por gente capaz y joven. Así que…tuve que mirar hacia afuera, hacia otros horizontes.

Con la decisión tomada y el ímpetu necesario, sentada frente a la computadora preparé mi Curriculum, mi recorrido. A medida que lo hacía no dejaba de sorprenderme por mi dedicación y compromisos asumidos a través de cursos, talleres de perfeccionamiento docente, colaboraciones, etc.…Me puso contenta ver el camino recorrido.

El diario, a través de un clasificado, me llevó a presentarme para el cargo de vicedirectora en el colegio Sagrado Corazón. Y una querida amiga me llevó de su mano a otra entrevista en el Hogar Maternal N 1.

En los dos sitios quedé preseleccionada. La estocada final, la entrevista decisiva era el mismo día para los dos establecimientos educativos, pero con distintos horarios. Mi marido me llevó a la primera. A pesar de los nervios propios de la situación, entré segura. Y obtuve más confianza cuando me enteré que de cincuenta aspirantes que éramos yo había quedado seleccionada entre cinco. Casi con paso triunfal ingresé al salón donde dos personas comenzaron a preguntarme sobre decisiones a tomar ante determinadas situaciones. Creo que estuve correcta. Me retiré tranquila, pero con prisa para llegar a la siguiente cita. Allí seis mujeres de la Sociedad de Misericordia me recibieron con mucha cordialidad. Delante de ellas hablé de mi experiencia profesional y también personal. Otra vez me sentí tranquila y esperanzada. Dos instituciones de trayectoria habían podido ver mi transcurrir en mi vocación.

A los pocos días me comunicaron desde el Hogar Maternal que había quedado seleccionada para desempeñarme en el cargo de vicedirectora. A pesar de haber ingresado como una forastera, venida de otra escuela, cosa poco común y no muy bien vista, me sentí aceptada rápidamente y me identifiqué con el ideario propio de manera instantánea. A medida que fue pasando el tiempo lo adopté como mi casa, como un lugar de tarea ardua, pero con recompensas gratificantes. También allí compartí mis días con personas excepcionales que estuvieron a mi lado, siempre.

Durante diez años trabajé sin cansancio y sin descanso brindando lo mejor de mí. Viví momentos felices y no tantos. Tuvimos que lidiar con algún padre violento, con algún niño abandonado, pero así descubrimos que el amor todo lo puede y seguimos adelante. Durante una corta gestión como directora por un reemplazo de cargo, fundamos el ansiado secundario que cobija a los niños que egresan de primaria. Y eso sí fue muy importante en la gestión y para la escuela. El trabajo y la dedicación dieron sus frutos.

Mi alegría profesional por mi desempeño tuvo también momentos de tristeza personal. Mi compañero, mi amor de toda la vida se fue de manera cruel y rápida. El dolor atravesó mi vida y la de mis hijos. El miedo a la soledad, al futuro, a la responsabilidad como madre quisieron paralizarme, pero no fue así. Otra vez la mano de Dios me sostenía, me contenía en las personas queridas que me rodeaban: compañeras, amigos, hijos, nietos, mamá y hermana fueron el sostén, el apoyo para seguir.

La vida es así, cuando parece que todo se acaba siempre hay una puerta que se abre…Y nos pusimos de pie. Y le volvimos a encontrar sentido a la vida. Más allá de todo, seguí, quizá con más fuerza, con otro impulso, pero con el mismo amor y vocación. 

Otra vez situada en la escuela, concluí mis diez años en el cargo y mis treinta y cinco en la docencia lista ya para un merecido descanso. La vocación seguía intacta, no así los años que si bien iban pasando sin complicaciones iban desgastando las fuerzas. Era el momento de hacer un cambio de rumbo en nuestra entrega.

Era el momento de hacer realidad aquellos sueños postergados, de aprovechar al máximo nuestras potencialidades aletargadas, de redescubrir la vida, de sentirla, llevando como equipaje un cúmulo de experiencias y de deseos cumplidos y por cumplir. Hijos, nietos esperaban mis abrazos y yo los de ellos, esperaba disfrutarlos sin tiempo ni obligaciones.

Y es aquí donde entrelazo mi otra vocación, la de ser madre.

Siempre fui la “Susanita” de Mafalda y pretendí desde pequeña tener muchos hijos. Y mi pretensión se hizo realidad. Conocí a Jorge mientras cursaba el profesorado. Antes de él, varios enamoramientos, pero ninguno tan en serio y profundo como con él. Mi entrega fue total, tan plena, tan única que olvidamos planificar la familia y la empezamos a forjar sin pensarlo. El embarazo no nos paralizó, al contrario, nos dio impulso para seguir y apostar a nuestra unión. Terminé el profesorado habiendo ya dado a luz no a un hijo, sino a dos. Y sin pensar en el trabajo que se nos venía disfrutamos de la llegada de las melli que nos otorgaron el título de padres. A sus dos años tuvieron que entender que tenían que compartir sus juegos con alguien más. Había llegado Hernán. ¡El varón! La prolongación en el tiempo del apellido, el futuro jugador de fútbol, el compañero en la cancha…Como por regla establecida, dos años después llegó Mini. Ya no nos sorprendía la noticia de otro embarazo, sólo nos preparábamos para la llegada de otro tesoro. La familia aumentaba y las mudanzas en busca de mayores espacios se pusieron a la orden del día. Y así salimos de un departamento de dos dormitorios a uno de tres con patio hasta volver a mi casa natal antigua, reciclada y con habitaciones suficientes para todos. Y llegaron después Mariana, Ramiro o Nano, Ezequiel o Cheche, Juan Andrés y María Alejandra o Maru y nuestra vida fue completa y plena de felicidad.

Pudimos educar a nuestros hijos con mucho amor y se nos hizo fácil. La convivencia siempre fue tranquila. Cada uno a lo suyo. Mientras ellos realizaban sus tareas escolares yo preparaba mis actividades o corregía pruebas. La hora del baño era compartida, uno bañaba y el otro secaba y luego todos a la cama matrimonial a mirar un poco de tele. No había rutina, cada día era una sorpresa, un regalo de Dios para disfrutar. 

También tuvimos vida fuera de nuestra casa, el parque, un club, la casa de amigos nos juntaba para la diversión y el entretenimiento. Y no faltaron los viajes a Córdoba donde cargábamos energía para transitar otro año lleno de actividades.

Y así fueron creciendo, transitando adolescencias diferentes, algunas tranquilas, otras no tanto, pero nada que no pudiera hablarse y solucionarse. Porque lo mamado echó raíces convirtiéndolos en personas de bien, en personas de buena esencia de quienes siempre estuvimos orgullosos.

Y pudimos disfrutar de los nietos, de las familias que construyeron. 

Y hoy, gracias a Dios, yo sigo disfrutando de los quince nietos que la vida me ha dado hasta ahora. Y aquí estoy, dispuesta a seguir recibiendo más, lo que Dios disponga. Porque hijos y nietos son mi mejor tesoro. ¡Gracias por haberse dejado amar! ¡Gracias por amarme!

¡Gracias a la vida que me ha dado tanto!

 

Ana María Cullerés

anamoni9@hotmail.com

Rosario, Santa Fe