Isolina Castillo o Es Mi Castigo

Isolina Castillo o Es Mi Castigo

 

En la zona rural de Charata debía entrevistar a una persona de nombre Isolina Castillo, de 76 años. Por domicilio tenía “Zona Rural”. Se había solicitado una pensión graciable para ella “…por ser de avanzada edad , con problemas de salud, carente de recursos y de todo vínculo familiar en la zona”.  A fin de acreditar los extremos señalados  debía efectuar un estudio socio-económico y emitir opinión técnica sobre si correspondía o no otorgar el beneficio solicitado, firmando al pie con sello y número de matricula profesional. 

En una mañana soleada y fresca propia del otoño chaqueño en esa zona, con los pocos datos reunidos  y la gran ayuda de  vecinos de la zona me interné por un camino de tierra. A más o menos una legua del pavimento, que había quedado a mi espalda, en una isleta de monte que daba sobre el camino estaría el rancho de Isolina. El  Fiat 128 modelo 1980 me recordaba  con mucha frecuencia que era un auto bajo, pensado para el pavimento no para los desniveles  propios de un camino rural con escaso mantenimiento. Lo cual hizo aún más lento el viaje.

Apareció de pronto un paisaje parecido al que buscaba, solo que unos metros dentro del monte había un rancho, un fogón pequeño que era más un túmulo de cenizas con restos de ramas a medio quemar. Y era el domicilio de  Isolina.

Llamar rancho a aquel amontonamiento de trozos de chapas y maderas  sostenidos por unos pocos alambres, sería una exageración. Tendría dos metros  por   dos metros. No podía entrar  una persona parada y sus “paredes” laterales y del fondo  quizás superaban el metro de alto, en algunos sectores . Como frente, varios pedazos de tablones que casi lo cubrían totalmente. 

Lo primero que el visitante encontraba era un trozo de árbol muy antiguo, usado  como improvisada “mesa”. Junto al fogón y en una vieja silla de madera con algunos restos de “pellones” (Que es un cuero de oveja curtido artesanalmente) estaba  sentada una anciana de largos y enmarañados cabellos blancos. Debía haber sido una mujer alta por  sus extremidades largas, manos grandes  con dedos finos y largos.   Su piel muy arrugada y ajada, seca y endurecida. Escasamente abrigada, junto al fuego. 

Ojos marrones de mirar atento e inquisitivo como preguntando. Y es lo que su boca dijo. ISOLINA: Qué quiere? Quién es usted?. 

Mutando a una actitud de desconfianza  y se defendió envolviéndose  más en sus raídas ropas.

Durante mi presentación me miraba fijamente, con ojos muy abiertos y hasta casi hostiles, sin perder uno solo de mis movimientos. 

No me invitó a “tomar asiento” como es la cortesía propia de nuestra gente. Tampoco había donde hacerlo. Pero no se molestó cuando me senté en el extremo del viejo tronco usado como mesa.

ISOLINA: Qué busca por acá? Nadie se para por aquí, todos siguen de largo. No hay nada que hacer acá.

Insistí en se había pedido ayuda para ella. Una pensión.

ISOLINA: -Qué es una pensión?. 

Se le explica.

ISOLINA: -Y porque me quieren dar plata? ¿Para qué? Qué quieren que haga? A quién le importa si estoy viva o muerta?

Se le informa que si le importa a alguien. A las personas que pidieron ayuda por empezar  y que sólo debe contestar algunas preguntas que son parte  del estudio social.

ISOLINA: -Usted sabe por qué estoy yo aquí? Y sin esperar respuesta exclama: Estoy cumpliendo mi castigo. Nadie me puede sacar de aquí porque Dios quiere que sea así. Es su voluntad. Hice muchas cosas malas en mi vida. Las estoy pagando.

Si tuviera uno o dos hijos sería distinto. No estaría tan sola y tendría familia. Pero no. A todos los aborté. Ni yo sé cuántos abortos hice en mi vida. Siempre me acuerdo de eso.

-Qué le decía de eso su esposo o compañero?

ISOLINA: -Nunca tuve compañero ni marido.

 -Cómo se mantenía? ¿En qué trabajaba usted? ¿De qué vivía?

ISOLINA:-Salía con hombres y ellos me daban plata. Así quedé muchas veces embarazada, y eso era un estorbo para mí. ¿Quién me iba a mantener? Ahora para qué quiero plata?

Pudoroso modo de contar que había sido una prostituta.  Que hoy estaba muy dolida por sus acciones y consideraba que “lo estaba pagando”. Aceptaba su situación como un castigo merecido. Inapelable y justo.

Mostraba Isolina un profundo y acendrado rasgo de honorabilidad que la hacía juzgarse con criterio inflexible y dureza extrema.

Algunas veces mirando la luna y sus sombras, me asalta la idea de que el Buen Dios hizo encontrar allí  a Isolina y sus hijos, no nacidos, en un eterno juego restaurador de quererse, acariciar y ser ellos por siempre jamás. Ojalá así sea. 

Mi corazón reboza de alegría ante esa sola posibilidad.

 

                Juan Francisco Avellaneda

licavellaneda@yahoo.com.ar

Resistencia, Chaco