Emilia

Emilia

 

   “¿Existe una gran historia que narra los sucesos exteriores al individuo y otra pequeña e independiente constituida por los relatos de lo cotidiano? 

El destino no es un atajo individual y caprichoso de la vida de cada persona 

sino una encarnación particular de la historia.”                  

 Mónica López Ocón                                    

                                                                                                                                                                                                                                                   

Argentina, siglo XX 

Tiempos difíciles en el país. Amanece tormentosa la patria. 

Inmigrantes apenas desembarcados llenos de hambre y miedo, expulsados del mundo, plantando bandera en lotes de tierra ajena, cada uno  peleando espacios a la vida, como desterrados. Los nativos y los peones rurales, antiguos dueños de la tierra, buscando amparo en el horizonte esquivo, yendo hacia la nada, corridos a fuerza de hambre y miedo (vaya coincidencia!), empujados a márgenes desconocidos en territorio propio, como despatriados. Y unos pocos señores, dueños del cielo y la tierra, trazadores de mapas, dictadores sin fronteras, como inmutables. 

Tiempos difíciles. Aunque si lo pienso apenas unos segundos, levante la mano quien pueda afirmar que los suyos han sido tiempos fáciles… 

Corrientes 

Una melodía de notas verdes, alargada, agridulce, litoraleña, bailaba en el aire. Calor, mosquitos, horas y más horas de trabajo. Sobre hombres y mujeres, el cansancio. Sobre las espaldas, la vida. Se imponía algo de celebración al caer el día; una pausa al cuerpo y al alma.( El alcohol ayuda a escapar de los intrincados laberintos, adormece, engaña.) La música y el viento norte invitaban a olvidar o al menos, no pensar. 

En ese entonces, entre los nuestros, los hijos simplemente llegaban; como Dios manda, como las estaciones, como el tiempo. Así como los lapachos se anticipan al aire tibio de primavera y sorprenden a los desprevenidos con sus copas rosadas, encendidas en el cielo rosado, así, llegaron Lucio, Emilia, Dora… Elija usted los nombres que quiera. 

Cíclicamente, reputando la historia, en menos que canta un gallo, apenas estuvieron listos, casi empujados a la vida, esos niños, sin infancia ni primaveras, se hicieron hombres y mujeres .En algunos lugares, en algunas regiones y en cualquier sentido, no existen las transiciones, ni en el clima.  

 Santa Fe 

No es fácil remar con el río revuelto y los remansos son engañosos. El Paraná y el país son una realidad y una metáfora, enorme, confusa y potente al mismo tiempo.  

La legendaria Villa Guillermina y la emblemática Forestal fueron el escenario de muchas historias, las felices y las truncas, la de Emilia y las del país. 

Emilia no recordaba su breve niñez. Las mujercitas nacían para ayudar a sus madres en la crianza de los hermanos. Ni olor a cuadernos o libros guardaba en su memoria.                  

Estrenaba apenas catorce cuando dio a luz a Antonio, el primero de siete hijos. Encandilada a fuego con un acordeonista del histórico Cuarteto Santa Ana soñaba con el amor, una familia, trabajo, la mesa amable y un país acogedor como una cuna. (La realidad es otra cosa;  la realidad no son los sueños ni los planes que uno pergeña.) 

El viento del Norte siempre pega fuerte. Sin saber leer ni escribir, a fuerza de pelear duro a la vida, exiliada en su propia tierra, ganó pequeñas batallas: Encender el fuego cada día y parar la olla, como se dice por acá, nunca fue poca cosa. Parecía misteriosamente orientada en la dirección correcta; su sentido común la guiaba.  

El amor de la muchachita y el músico duró apenas lo que demoran en sonar unos pocos acordes. Mientras, el paraíso cautivante, lleno de promesas de futuro en Villa Guillermina desaparecía de un plumazo con los patrones ingleses y franceses.    (La historia se reputa…¡ Perdón!  Se repite…)  

Chaco 

La historia, la verdadera historia, exige coraje. El Chaco, obliga. 

Emilia nunca retrocedió. Decidida a encarar la vida como para ganar la partida, sola y sin más preámbulos, avanzó con su más valiosa carga a cuestas: los hijos. Siguió la espinosa geografía del litoral, Paraná arriba y con la misma fuerza de la locomotora que la acercó, enseñó lo mejor que sabía: trabajar. Emilia buscó leña, prendió el fuego, lavó y planchó la ropa, amasó para todos, crió hijos y nietos, rezó siempre y tengo para mí la íntima convicción que se ganó el cielo. Cuando ya no pudo, cuando hubo de irse, no hizo ruido. Acomodó sus huesos rotos de casi noventa años en una sencilla cama y empezó el lento descenso del camino; tomó rumbo  hacia su primera infancia y se quedó, arrullándose a sí misma, en esos días de niña. El trabajo estaba hecho y la misión, cumplida.  

En el pueblo todos saben de quién hablo cuando nombro a Doña Emilia. A mí sólo me toca honrarla. 

Resistencia, Siglo XXI.      

Corren tiempos difíciles en el país… aunque si lo pienso unos segundos… a esto ya lo dije?  

 

¡Pucha con las trampas de la memoria! 

La historia de Emilia y el litoral es una nada más entre tantas, viejas o nuevas, pero tristemente repetidas. Podría tener cualquier nombre, otros nombres… ¡Hay tantas Emilias por acá! 

En eso cavilaba yo, con mi valija de recuerdos a cuestas, cuando me cogió por sorpresa el Informe X. Digo me cogió por sorpresa, en la doble acepción del término: estricto español y vulgar argentino. Así me tomó el discurso en la butaca del coqueto auditorio de La Casa de la Cultura, esa mañana, mientras el reconocidísimo doctor disertaba…ética, educación y pobreza…riqueza vs. pobreza…el éxito y el poder en manos de unos pocos que habían logrado con esfuerzo sostenido… Perdí el hilo… Altísimo porcentaje de pobres y un pequeñísimo porcentaje de poderosos…en el mundo, en el Chaco o donde quiera que sea…que el derrumbe económico, que el quiebre cultural, que la inclusión…ya perdí el hilo de nuevo cuando escuché…pobreza vs. riqueza… ¿Habrá relación entre ambas situaciones…? se planteaba sesudamente el conferencista… 

A esa altura de los acontecimientos las palabras me sonaban como taladros en la cabeza y el discurso seguía ultrajándome con impunidad política. 

En qué mundo de trampas vivimos todos pensé, mientras desorientada, por los pasillos, buscaba algún sector para refugiados o para náufragos. Qué ironía…la puerta amablemente abierta, receptiva,  era la de sanitarios. Ahí hice base. En el espejo del baño no me encontré. Eso que veía no era yo. Era el personaje del viejo afiche publicitario de Geniol. El rostro desencajado, los ojos fuera de órbita y la cabeza, un bombo legüero… 

¡Bombos..! ¿Escuché bombos…? Como empujada por el tamborileo, asomé ojos y narices. Entonces, salí. Las visuales del segundo piso del Instituto de Cultura me oxigenaron el alma. Dejé vagar la mirada por encima de las copas verdes, rosadas y blancas de los árboles de la plaza. El aire tenía aroma a café. Desde ahí, todo parecía perfecto. 

Bajé los peldaños de la ondulada escalera y a los pocos segundos estuve en la calle. La cosa era un caldero. Los bombos reproducían, con una sincronía inexplicable, el mismo ritmo que el humor de la gente.  Una mixtura de consignas y carteles se abría paso entre el ruido y el pueblo.  

Vi rostros desdibujados, superpuestos, en un gesto único, el mismo mil veces repetido, expresando, sin esconder nada, todo el dramatismo de un país golpeado. Escuché las voces de las porteras de la escuela cada tarde, las voces de mis alumnas y de sus madres en un mismo reclamo, mi propia  voz gritando, aullando con ellas, un dolor que no es ajeno, que es mío, propio y de todas, ahora y hasta el fondo del tiempo. 

Pensé entonces cómo la realidad se estrella contra el cemento, cachetea cualquier discurso y putea, escupe desánimo, se instala en las esquinas con sus ollas  y miserias. 

Tramposa, la memoria me empujó de nuevo… Emilia, su casa, sus rutinas. Un pequeño cuadro en la pared del comedor daba la bienvenida…”CASA SIN MUJER, ES COMO BARCO SIN TIMÓN” rezaba solemne y categórico. Indudablemente, ese mensaje de recepción, casi en la puerta de su casa, impactó mi alma de niña y hoy es sello y luz en mis recuerdos. 

Con seguridad anduve un buen rato volviendo sobre los pasos porque sin proponérmelo estuve de nuevo en mi barco, digo en mi casa. Me quité el disfraz de directora y retomé el timón. Las voces  se repiten, vuelven…hay un país herido que habla. Esta vez es la voz de mi hija, pero oigo mis propias palabras. Probablemente, también yo las haya tomado prestadas. 

  

Alicia Mabel Romero

Santa Ana- Corrientes