El Puente de las Avenida San Martín

El Puente de las Avenida San Martín

 

 El olor especial que se levantaba en los comienzos de una lluvia, ese agradable aroma a tierra mojada calmaba todo el calor infernal que se soportaba en todos los días en que el sol, ese implacable sol, soltaba todo su poderío sobre la ciudad de Resistencia, ciudad capital de la provincia del Chaco.  En mi infancia no había mejor momento que percibir esa esencia que coronaba las copiosas gotas de la anhelada lluvia de diciembre a marzo. Sentarme al lado de la mejor ventana de la casa de mis viejos, sentir el ruido en las chapas del techo, el golpeteo del chaparrón y observar cómo se cargaba ese aljibe con el gran chorro de agua que se escurría por la canaleta. Y acompañado a esto, el mayor placer era percibir el aroma a torta frita, que mi madre elaboraba con una maestría innata, revolviendo a la par un recipiente lleno de mate cocido, la bebida caliente y la pareja perfecta para la merienda.  

 El éxtasis era cuando se merendaba mirando la lluvia. Ni siquiera importaba si el riacho Arazá desbordaba por el agua caída. Era común en ésa época, luego de las lluvias, transitar descalzos con los zapatos en las manos para poder llegar al centro de la ciudad. La mayor parte de la gente caminaba hasta la plaza España, cruzando las vías, donde funcionaba una canilla pública donde se lavaban los pies del barro de todo el tramo de calles de tierra. A partir de ese lugar comenzaba el pavimento. Y a tres cuadras de ahí se erigía la Escuela N° 383, en donde cursé toda la escuela primaria. Esa distancia de veinte cuadras la conocí de memoria.  

 A unos doscientas metros de mi casa, por la avenida San Martín, era el cruce obligado por el puente sobre el riacho Arazá. Un lugar con historias muy particulares que los vecinos alimentaban, posibilitando el aumento de creencias que cobraban vida especialmente en charlas nocturnas entre amigos. Dos pasarelas de madera conformaban el alma de ese puente, que durante años sirvió para que los pibes pudieran pescar mojarras, tarariras, anguilas, cascarudos y tortugas, alguna culebra acuática de vez en cuando se enredaba en el anzuelo. 

 La más común y popular de las historias era la de la mujer vestida de blanco que se asomaba y recorría la pasarela del puente, haciendo titubear a los más valientes. Decían que aparecía en noches de tormenta y su silueta era vislumbrada en cada relámpago flameando su largo vestido blanco. Comentaban que era una bella mujer que se ahogó en el lugar en épocas de inundaciones. Por supuesto que los chicos de mi edad éramos los más sensibles a este tipo de historias, que generalmente era relatada por los más veteranos del grupo, siempre con algún agregado extra a la ficción, que nos cargaba de temores y hacían que el miedo se apodere de nuestro ser, como por ejemplo cuando uno caminaba por el borde del puente la mujer de vestido blanco solía sacar su mano desde abajo del piso de madera intentando agarrarnos los pies… semejante escena se nos agrandaban los ojos de terror.  

Hay variados relatos que la gente más antigua pone en manifiesto en cada reunión de vecinos que se da la ocasión de hablar de historias del barrio. Pero lo más allegado a mí son los relatos de mi hermano mayor Benito Rodolfo, más conocido como Chacho. Desde chico y siendo un adolescente me carcomía la curiosidad por todos esas historias de él. 

 Chacho desde que era niño buscó siempre la forma de ganarse para sus gastos, como vendedor de diarios, como lustrabotas, o algún trabajo ocasional. Tuvo que dejar la escuela secundaria después de dos años de escuela técnica, el conocimiento adquirido fue algo que le sirvió de base para toda la vida, en todo lo relativo a cuestiones técnicas domésticas y laborales. 

 Me relataba en cierta ocasión cómo aprendió a hacerse camino en la calle. Las reglas no escritas de la calle pregonan que vender diarios o lustrar zapatos requiere imponerse o tratar de no operar en zonas ocupadas por otros “colegas”. Frecuentemente era hostilizado por cierto o ciertos mozos que se disputaban el espacio de trabajo, por supuesto en base a empujones y algún tipo de agresión. Esto era observado por un muchacho llamado Cristo Nis, quien parece lo observaba siempre, decidió de alguna forma ayudarlo a defenderse, enseñándole la actitud que debía demostrar delante de cualquier agresor.  

 Ante un estímulo externo tenemos dos comportamientos posibles: responder o reaccionar. En el primer caso controlamos de forma consciente nuestro comportamiento. En el segundo actuamos sin control. En este contexto, la agresividad no es nunca una forma de respuesta, sino de pura reacción. Así pues, la agresividad es en esencia una reacción defensiva de alguien que en un momento dado se siente provocado y es la manera que Chacho tuvo que aprender para lograr abrirse camino.  Esto es solo un relato sucinto e introductorio de lo que es la vida de mi hermano. Como expresaba en párrafos anteriores respecto de narraciones de la gente de más edad del barrio, y lo más allegado a mí los escuché de Chacho. Cierta vez rememoró que cuando era mozo casi veinteañero concurrió a una sala de cine en el centro de Resistencia, la película era del género terror, presumo que en blanco y negro. Por supuesto, más allá de ser una forma de entretenimiento, las películas de terror nos afectan física e intelectualmente sin que seamos capaces de detectarlo.  

 El regreso a casa es lo interesante, teniendo en cuenta que al finalizar la película era prácticamente medianoche… y el trayecto a recorrer era de camino de tierra y por lugares prácticamente oscuros, el alumbrado público en esa época era escaso, y con la carga emocional a cuestas. La noche que se presentaba era de esas noches otoñales con amenaza de tormentas, con un cielo por demás oscuro y relámpagos que en su destello exponían como bosquejos instantáneos la vegetación circundante y las incipientes casas que se erigían al costado del camino. Sólo se escuchaban ladridos de los perros de los vecinos. 

La avenida San Martín era el último tramo para llegar a destino. El puente sobre el riacho arazá era la cuadra final. A unos doscientos o ciento cincuenta metros del mismo, Chacho visualizó algo que flameaba en las barandas del puente. Entre la oscuridad de la noche y los ocasionales destellos de los relámpagos detuvo su marcha tratando de dilucidar qué sería lo que observaba a la distancia. Para colmo al acercarse más escuchaba un sonido ronco de la “cosa” que se sacudía con el viento. Pensó en la película, lo que le hizo dudar para avanzar, ése era un paso obligado y no era conveniente dar un rodeo por la gran distancia a recorrer. Creo que sin decírmelo, se habrá formado en su mente la famosa “dama de blanco” que merodeaba el puente. Lentamente fue achicando distancia, decenas de relatos que se decían ocurrió en ese puente pasaron sobre su cabeza. El sudor frío se apoderaba de su cuerpo, y seguía escuchando chasquidos cuando flameaba esa cosa… pero juntó coraje y siguió avanzando. Las primeras gotas de la tormenta no se hicieron esperar…quedaban pocos metros de la baranda del puente de la avenida San Martín, cuando de repente con el resplandor  de un relámpago, se aclara el campo visual quedando al descubierto… ¡Una gran hoja de diario atrapada en el entramado de madera del viaducto!. Con el ruido característico del papel de diario mecido por el viento. El alivio de no encontrarse con personajes de historias surgidas de la imaginación, bajó los niveles de adrenalina acumulados en los momentos anteriores, volviendo a la respiración normal y llegar a la casa con una sonrisa en los labios. 

 Me imagino que esa noche sirvió como escalón para conquistar algo que el escritor estadounidense Howard P. Lovecraft sentenciaba en uno de sus libros: “La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos, es el miedo a lo desconocido.” 

Luis Alberto 

passarinhochaco@hotmail.com

Resistencia, Chaco